Por Griselle Marisol Reyna Quintanilla
“El mundo no cambia, eres tú quien lo hace” -Henry Miller.
Con la premisa inicial, se puede entender que la responsabilidad de transformar al mundo radica en la voluntad que tengan los individuos para transformarse a sí mismos. Los valores son principios ideados por una sociedad para permitir ser aceptados o no dentro de una misma convivencia. En la misma línea, los valores olímpicos están regidos estrechamente al siglo XX, donde asumieron carácter popular y universal. Aunque, cabe resaltar, que la práctica deportiva arrancó en el siglo XIX, específicamente en la segunda mitad, debido en parte a la expansión de la modernidad occidental y la expansión del propio Movimiento Olímpico. Haciendo una breve mención a los principios de la Carta Olímpica, el deporte es un derecho humano que debe formar parte del desarrollo armónico del hombre y debe contribuir a la defensa de la dignidad humana.
En la actualidad, el Movimiento Olímpico, mediante el Comité Olímpico Internacional (COI), reconoce tres valores fundamentales que definen el Olimpismo moderno, los cuales representan la excelencia, la amistad y el respeto. Estos valores olímpicos buscan una superación de la persona en diferentes ámbitos de su vida, no solo se trata de superarse físicamente, sino se busca un crecimiento interior a través de la superación de retos personales, la superación de actividades diarias y el respeto de los derechos universales de la persona. Bajo esta premisa, se entiende al deporte practicado con espíritu olímpico, como una herramienta para construir un mundo mejor.
En primer lugar, el valor olímpico de la excelencia significa sacar a relucir la mejor versión de uno mismo y esta va más allá de la pura victoria. Cada deportista busca la excelencia a partir de la meta que se fija y debe esforzarse para superar los objetivos propuestos. Esto representa una exigencia personal para explorar sus propias capacidades, dar lo mejor de sí y vivirlo como una victoria. Este esfuerzo tiene la calidad que viene representada en el lema olímpico Citius, Altius, Fortius: más rápido, más alto, más fuerte en su traducción del latín. Para ejemplificar lo anterior, se mencionará el caso expuesto en la película El Milagro (2004), dirigida por Gavin O’Connor y producida por Walt Disney Pictures. En la que se narra la historia de Herb Brooks, un entrenador que llevó al equipo americano de hockey sobre hielo a enfrentarse en los Juegos Olímpicos de Invierno de 1980 ante un aparente invencible equipo de la Unión Soviética.
La excelencia no solo se encuentra en las excelentes interpretaciones protagonizadas, sino en la exigencia de cada miembro del equipo estadounidense para superarse a sí mismo cada día. Como lo manifiesta Brooks, en seis meses tal vez no lograrían ser el mejor equipo o el más consolidado; sin embargo, serían los que tuvieran mayor resistencia física. Este objetivo solo se podría conseguir con determinación y trabajo duro, como se evidenció con los rudos entrenamientos que siguió el equipo. La excelencia significa compartir sus pasiones juntos como un todo, como familia, puesto que en el juego del hockey sobre hielo se necesita un equipo como unido, más que jugadores individuales velando por sus propios intereses. Así quedó demostrado que jugaron con honor y coraje al ganar en la final ante la Unión Soviética, pese a que existían muchas aristas que indicaban que sucedería lo contrario.
En segundo lugar, el valor de la amistad para Steven Maass “es defender y fortalecer los vínculos entre las personas y los pueblos”. A través de la amistad se promueve un ambiente más pacífico en competencia, con alegría y con optimismo. Esta noción viene simbolizada en la llama olímpica, que con cada edición de los Juegos Olímpicos es encendida en Olimpia y transportada hasta la ciudad anfitriona por miles de personas alrededor del mundo. Este valor fundamental se puede ejemplificar mediante el caso de Jesse Owens y Lutz Long, quienes protagonizaron uno de los más grandes gestos de deportividad de la historia en las Olimpiadas de Berlín de 1936. Long desafió al régimen nazi al aconsejar al atleta afroamericano que saltara desde un poco más atrás para la clasificación para la disciplina de salto de longitud, con la motivación que no le anularan a Owens el salto. Finalmente, tras el éxito de Owens, ambos se dieron un emotivo abrazo que fue causa de una polémica muy grande en Alemania y Estados Unidos. Este acto de gran deportividad ha hecho historia y se cuenta que Owen y Lutz mantuvieron su amistad tras los Juegos, hasta la muerte del segundo en la Segunda Guerra Mundial.
En tercer lugar, el valor del respeto está relacionado con llevar un juego justo y limpio. Se orienta al respeto a uno mismo, a los demás competidores, a la reglamentación deportiva, a la modalidad deportiva en la que se participa y al medio ambiente. Para ejemplificar este concepto, en el documental “Hermanos y enemigos” se evidencia la importancia de este valor en deportes como el baloncesto. Donde es necesario tener respeto por uno mismo, lo que implica el debido entrenamiento, la alimentación, no ingerir drogas, entre otros; pero también implica respeto al equipo contrario. En este documental se muestra la falta de respeto que representó para Drazen Petrovic, jugador croata, el gesto que realizó Vlade Divac con la bandera croata. Era el mundial en Argentina de 1990 y el equipo Yugoslavo dominaba el baloncesto en el mundo. En ese momento de algarabía por ganar la medalla de oro, tras superar a la URSS en la final, un hincha croata identificado posteriormente como Tomás Sakic, irrumpió en la cancha y Divac reaccionó quitándole la bandera. En aquel entonces aquello no tuvo mucho protagonismo dentro del equipo Yugoslavo, pero provocó duras reacciones en Croacia (que ya empezaba a independizarse de Yugoslavia) y en el amigo de Vlade: Drazen Petrovic. En el mundo del deporte, como en el mundo real, construir una amistad puede tardar años, pero destruirla solo un segundo.
En síntesis, los tres valores olímpicos se complementan y son necesarios entre sí, es decir, son inseparables. Como decía el Barón Pierre de Coubertin, el atleta es una escultura viva “que debe inspirar a las generaciones futuras”. Por ello, cada deportista debe buscar llevar estos tres valores a la práctica en una constante búsqueda de la armonía y el equilibrio de su desempeño como competidor y como persona. La excelencia, la amistad y el respeto son la esencia de un ganador y un verdadero juego limpio. Estos tres principios no solo son valores del deporte, sino también de la vida.
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