Por Gonzalo La Torre
Leo Messi finalmente rompió la racha que tenía con su selección nacional, de no ganar títulos, obteniendo la Copa América después de 28 años. Argentina le ganó a Brasil en el legendario Maracaná y el papel de la pulga fue determinante en un grupo que se hizo fuerte a partir del colectivo.
A Messi se le señala mucho por la cantidad de trofeos que gana en el Barcelona frente a lo que ha conseguido con su selección. Los contextos, evidentemente, son distintos y reprocharle es ser ingrato y algo ciego con gestos que dicen mucho de la persona que es Lionel. El hecho de elegir, desde siempre, volver a su patria para intentar ganar con ella, a pesar de los resultados, muestra el nivel de identificación y amor que siente por su país. De hecho, si nos ponemos rigurosos, no es que nunca haya ganado nada con su seleccionado, pues ganó el Mundial sub-20 del 2005 y se llevó el oro en los Juegos Olímpicos del 2008, aunque se recuerda siempre lo malo y las 3 finales (1 de Mundial y 2 de Copa América) perdidas le pesan.
La figura omnipresente de Diego Armando Maradona es otro punto que siempre ha generado presión a Leo. El mundial del 86’ de Diego marcó profundamente a los argentinos no solo por lo sucedido en el campo, sino por el trasfondo que tenía. Dejaron fuera, en semifinales, a los ingleses, con un recuerdo fresco de la guerra de las Malvinas, lo que significó mucho para ellos. Una revaloración, una bocanada de fe y de orgullo nacional, un salto a la unión de una nación. Todo eso no se olvida. Pero Lionel es otra persona, y hay que entenderlo así, no tiene el mismo carácter (y no tiene por qué tenerlo) de Maradona, aunque también vive y respira fútbol, a su manera. De alguna manera, se le ha exigido siempre que sea su sucesor, que logre lo que Diego logró, pero eso es imposible. Son épocas y escenarios muy diferentes.
Pero, si revisamos un poco la historia de Lionel, además de lo que ya conocemos sobre su tratamiento hormonal, -doloroso y engorroso para un niño de 13 años- podremos darnos cuenta de los gestos que mencionamos previamente. Un chico que en plena adolescencia dejó a su país y familia, que tuvo la oportunidad en varias ocasiones de representar a esa nueva patria que le abrió las puertas y le dio todo lo que necesitaba en aquel momento, un niño que dejó todo -literalmente casi todo- para cumplir sus sueños. Quizá no haya un video como el de Diego de pequeño, donde dice que su más grande sueño es ganar un Mundial con su selección, pero Messi ha hablado con acciones. Siempre decidió volver a su patria. Incluso, luego de retirarse temporalmente de la selección, (debido a la frustración generada por caída tras caída que lo responsabilizaba primordialmente a él) volvió. Cada vez le queda menos tiempo de carrera y en vez de relajarse o disfrutar lo que recibe en Barcelona, él elige volver. Y, por fin, se hizo justicia.
Luego de perder la final del Mundial de Brasil 2014, donde parecía que finalmente se le daría lo que tanto se le reclama a Leo y las dos Copas Américas consecutivas que Argentina perdió frente a Chile (2015 y 2016), la forma cambiaría un poco. Previamente, y a pesar de que los albicelestes siempre han tenido jugadores de talla mundial como Sergio Agüero, Gonzalo Higuain, Ángel Di María o Jorge Mascherano, toda la responsabilidad se le daba a Lionel Messi. Se esperaba que él resuelva, que invente algo y sostenga a todo el grupo, como alguna vez lo hizo el Pelusa. Sin embargo, los tiempos han cambiado, el fútbol es más técnico y la preparación física es cada vez mayor, el orden táctico se sustenta en tecnología y cada vez es más importante el colectivo que la individualidad. El peso de ser uno de los mejores jugadores de la historia del balompié no le permitía a Messi encontrar la suficiente compañía para desplegar su mejor fútbol, a diferencia de lo que ha vivido en Barcelona con socios extraordinarios como Henry, Ronaldinho, Xavi, Iniesta y tantos otros más.
Para la Copa América de Brasil 2021 la táctica varió, con un Messi siempre conductor, pero con mayor asistencia. Ya no se pusieron todas las fichas en él, sino más bien se buscó un equipo combativo, que se entregue por el compañero. Aguerridos y comprometidos, con los chispazos de genio de Messi, llegaron a la final contra el local, que escogió el Maracaná como sede para una final que desde la previa estaban calentando, con palabras como las del entrenador Tité, que sostenía que no había competencia a nivel latinoamericano para su equipo. Argentina ganó por 1 a 0 y se coronó campeón en Brasil, frente al clásico rival.
Se le dio a Leo, por fin, el sueño que tanto añoraba: un título con la selección mayor. Seguramente su objetivo va más allá de una Copa América, pero es una gran alegría para él y todos los fanáticos del fútbol verlo sonreír y abrazar la Copa como solo él sabe hacerlo. Al mismo tiempo, es una esperanza para creer que, quizá, existe algo de justicia y que el esfuerzo, aunque tarde, da resultados.
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