Por Janeth Dax Canchari Reyes
Un ángel que nos quitó la espina. Los Juegos Olímpicos de Tokio 2020 estaban plenas de
expectativas para el pueblo peruano quienes, avistando los resultados de los
Panamericanos en Lima 2019, soplaban palabras de aliento para conseguir la ansiada
medalla de oro ¿Cuánto duró la sequía desde que obtuvimos una?
El presente artículo tendrá una segunda parte que tocará el ENTRENAMIENTO DEPORTIVO:
EL PERÚ EN TOKIO 2020 y busca cuestionar de qué manera los valores del deporte, la cultura del
deporte para el Perú, la profesionalización, el entrenamiento deportivo y psicología en el
deporte competitivo influyen en nuestra visión sobre este, su nivel de importancia y
relevancia nacional. Expuesto ello, resulta imprescindible abarcar un contexto histórico de
nuestra participación en los Juegos Olímpicos para iniciar el debate.
Históricamente, nuestro país debutó en los Juegos Olímpicos de Verano en la edición de
1900 en la ciudad de París, con una participación que tuvo un solo competidor en
esgrima (espada y florete); sin embargo, su siguiente participación no fue hasta los Juegos
Olímpicos de Berlín 1936, ya que el Comité Olímpico Peruano recién se
crearía el 9 de octubre de 1924. Desde esa fecha el Perú ha participado en todas las
ediciones de los juegos obteniendo hasta el día de hoy una medalla de oro (tiro) y tres de
plata (una en voleibol y dos en tiro).
Edwin Vásquez Cam, nacido el 28 de julio de 1922, y como si su fecha no dijera ya lo
peruano que sería, se inmortalizaría en nuestra historia hace 73 años, un 2 de agosto de
1948, cuando se disputó la medalla de oro en el Campo Bisley contra el sueco Torsten
Ullman y el suizo Rudolf Scheineider, quienes quedaron empatados con 539 puntos y
tuvieron que ir a desempate. Con la precisión que le otorgó los 545 puntos fue premiado en
el mítico estadio Wembley cinco días después y recibido como héroe olímpico
concediéndosele los Laureles Deportivos en el Máximo Grado por su éxito. Tres años
después ganaría la de oro en los Panamericanos disputados en Buenos Aires.
Francisco Boza Dibós, con tan solo 19 años, en Los Ángeles 1984 le daría su segunda
presea olímpica al Perú, una plateada producto de una competición de tiro en la modalidad
de fosa disputada un 31 de julio. “Pancho”, quien estudiaba en Alemania, recibió el llamado
de su padre, don Carlos, para participar en sus segundos juegos – el primero había sido
en Moscú 1980 – con un corto: “Ven a Los Ángeles, que vas a competir”.
No sabía que el viaje de casi 20 horas hacia Estados Unidos marcaría su vida.
El voleibol peruano también sabe de momentos memorables pues en los Juegos Olímpicos
de Seúl 1988, un 29 de setiembre, los peruanos amanecieron con una alegría inmensa
dado a un tensa y fructífera madrugada donde las “matadoras” en el otro lado del mundo, en
Corea Sur, lograban la hazaña de la medalla de plata. Nombres como los de Cecilia Tait,
Gabriela Pérez del Solar, Gina Torrealva, Natalia Málaga y Rosa García estaban entre los
más mencionados porque habían deslumbrado a todos con un juego basado en la
velocidad, técnica y disciplina plasmada por el coreano Man Bok Park.
El conjunto “inca” se hizo un lugar en la gran final convirtiéndose en la primera selección sudamericana
que se instalaba en primera instancia para pelear por la medalla de oro en unos Juegos Olímpicos.
Su rival fue la complicada Unión Soviética y, como la historia atestigua, estuvimos cerca, pero no lo suficiente.
Nuestra última medalla olímpica la conseguiría Juan Giha Yarur, peruano que ganaría la de
plata un 28 de julio en 1992 durante los juegos de Barcelona por su gran puntería. Con 37
años hizo 222 puntos quedando a uno del oro que se lo llevaría la china Zhang Shan, pero
superando al italiano Bruno Mario Rossetti.
Movilizando caravanas, portátiles, portadas y discursos desde el gobierno, el 2016
recordaría el episodio para El Comercio cuando Elkin Sotelo, para su ventesimo aniversario,
le preguntó:
–¿Qué lugar ocupa la medalla olímpica en tu casa?
Está en una urna, en un lugar especial de mi casa.
–Fuiste el último en ganar una medalla para Perú ¿Por qué?
Yo te lo preguntaría a ti. Aquí lo triste es que nunca hay apoyo por parte del gobierno. Solo
esperan que alguien gane algo.
Su mensaje, vigente hoy en la euforia, nos da una perspectiva que debemos poner en
cuestión.
Cuando nos referimos a los valores del deporte, desde una perspectiva psicológica,
buscamos dejar en claro desde este punto que no existen. El deporte no tiene valores en sí
mismo, puesto que estos, en realidad, son producto de juicios subjetivos y estimativos. Las
bases de los valores son objeto de política deportiva, política de un Estado de bienestar
-una política sanitaria, de juventud y de integración social- que le atribuye un fundamento y
fomento del “para todos” a nivel estatal el cual, sin lugar a dudas, se liga a beneficios o
funciones de expectativas procedentes de personas e instituciones. Los valores, entonces,
son efectos ¿o deseos? ¿con motivaciones racionales? ¿son atribuidos o propagados? De
naturaleza subjetivamente variable debido a que depende de quién lo practique, sus
condiciones y el país donde los lleve a cabo, confirma que cada individuo da valor a “SU”
deporte: una mezcla determinada de valoración personal de resultados y efectos variados
pero específicos.
“(…) nunca hay apoyo por parte del gobierno”, menciona Giha exponiendo así el valor
económico e institucional que se le da en el Perú a los deportes.
La prueba de la importancia que se le da se sustenta en los costes de dinero y tiempo. Se
justifica la razón de ser de las instituciones y clubes con argumentos decisivos en pos de la
obtención de subvenciones estatales y aceptación pública ¿La fórmula del consenso? Los
beneficios y expectativas que resultan además los fundamentos generales de la actuación
política. Consecuentemente se esperaría excepcionales participaciones en eventos como
los Panamericanos y Juegos Olímpicos, pero ¿los tuvimos? ¿Giha preveyó los resultados
de una clara falta de atención del Estado?
Nuestra capital fue sede de los Panamericanos del 2019, evento en el cual el Estado invirtió
a través del Instituto Peruano de Deportes (IPD), según lo señalado para ATV+ por Eduardo
Flores, profesor de Educación Ejecutiva de la Escuela de Administración de Negocios
(ESAN) y director de Toque Fino, «(…) 200 millones de soles en el deporte, es decir, el 1%
de la inversión en educación”. Asimismo, agregó que “(…) es necesario que el Perú
comience a identificar al deporte como un medio de cambio social y que las empresas
privadas lo consideren como algo en lo que vale la pena invertir».
Sumando los comentarios, nos deja un panorama donde el Estado no había invertido en el
deporte hasta que fue sede. Países vecinos nos superan en estructuras, nos faltaban
canchas, equipamiento, hasta competidores, pero aunque fueron eficazmente cubiertos,
pasadas las fechas, no había como suele decirse popularmente “ni un alma que pasara” por
los nuevos complejos deportivos. En el deporte se originan efectos no intencionados, como
recalcamos, los valores son subjetivos.
De todas formas, nadie le resta lo emotivo a la inauguración: placer del momento.
¿Cómo reconstruimos nuestra cultura del deporte? La cultura es un aprendizaje, no se lleva
en la sangre, por lo tanto, enfatizar la cultura del deporte para el Perú tiene como objetivo
realizar apreciaciones de aquello que la constituye: competitividad, seriedad y triunfos. Si
has llegado a este punto te pido que por favor olvides la expresión “Pero es que los
peruanos somos así” y sus variantes. No caben y no tendrán lugar en este discurso porque
como hemos mencionado, y no es molestia repetir a menos de cuatro líneas de diferencia,
no es sangre, es aprendizaje. Planteemos el conflicto.
La industrialización y desarrollo de formas deportivas nos lleva a tomar en cuenta las
presiones y controles multipolares como lo pueden ser los patrocinios y entrenadores
-interdependencias- que se involucran en el juego, ya que le dan una creciente importancia
social al deporte al punto de poner en crisis su función “des-rutinizadora” (necesidad
universal). La destrucción del elemento lúdico del deporte afecta a los deportistas.
Necesitamos profesionales en distintos rubros deportivos. La seriedad conlleva a
sobrellevar la democratización funcional, es decir, la presión estructural desde abajo,
destacar sin importar las condiciones de origen de tu pasión por un deporte. Ser profesional,
necesitar un referente profesional nos hace querer plantear la idea de buscar a potenciales
deportistas que alejados de las páginas rosadas y regocijo de chismes que, sin mentir,
interesa a sectores de los peruanos, funcione como ejemplo de control de su juego, su
competitividad en cada enfrentamiento, la seriedad con la que atraviesa adversidades y
pequeños pasos que lo dirigen hacia el triunfo. Son escasos los ejemplos de quienes han
balanceado la naturaleza lúdica del juego con la profesionalidad, mas ello no implica que,
como medios, se deje de buscar y preguntar las motivaciones a los deportistas. Tal vez
despierten. Tal vez los redireccionemos. Tal vez el pueblo peruano caiga en cuenta de que
debemos reconstruir nuestra cultura deportiva en vistas de una profesionalidad orgullo
nacional a nivel mundial en cuatro años.
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