Por Ernesto Macedo León
Obtener una calificación impecable en la gimnasia olímpica no es tarea fácil para un deportista. Sin embargo, el 18 de julio de 1976, una niña de catorce años hizo historia en los Juegos Olímpicos de Montreal al conseguir siete veces el número diez: tres por equipo, dos en el concurso individual, dos en finales de paralelas y barras asimétricas. El público canadiense enloqueció con lo que acababa de presenciar. Los jueces quedaron maravillados con sus movimientos para lograr una rutina perfecta. Algunos no sabían de quién se trataba. Solo reconocían el número 73 que portaba la deportista. Su nombre es Nadia Comaneci, quien nació el 12 de noviembre del año 1961, en Onesti, una ciudad de Rumania.
A pesar de que tenía una altura de 150 centímetros, alcanzó la gloria y se convirtió en la primera mujer en obtener una puntuación perfecta, dejando mudo al planeta entero y a las dieciocho mil personas que asistieron al evento deportivo. Tal vez muchos recuerden que el marcador electrónico no tenía cuatro dígitos, debido a que, el Comité Olímpico Internacional (COI) no pensó que alguien pueda lograr un 10, por eso apareció 1.00. El nombre de Nadia es sinónimo de romper los récords.
“La máquina estaba preparada para un puntaje de 9.95”, dijo la gimnasta en diálogo con el programa el Hormiguero, el 13 de mayo de 2012. En aquellos Juegos Olímpicos obtuvo tres preseas doradas en la modalidad individual, en barras asimétricas y en barra equilibrio; además una de plata en equipo y un bronce en suelo.
Entrenaba de seis a siete horas por día y disfrutaba competir con otras chicas. Los trucos que hizo en Montreal 1976 fueron planificados y trabajados a lo largo de los años. No es suerte, sino dedicación y profesionalismo. Deslumbró cuando realizó el doble mortal de espaldas en la salida de su ejercicio de asimétricas. “Me caí muchísimas veces por hacer miles de repeticiones”, dice. En su carrera deportiva no tuvo trágicas lesiones. En la infancia tuvo un esguince en el tobillo y sufrió bastantes dolores en diferentes partes del cuerpo, a causa de las constantes caídas. Pese a ver sus brazos con moretones, ella tenía claro su objetivo: mejorar cada día y ser la mejor en su disciplina.
A temprana edad demostraba capacidad y talento para la gimnasia. Su carrera empezó cuando fue descubierta a los seis años de edad por el entrenador rumano Béla Károlyi que tenía diecinueve años. Él se había casado con Marta, quien era entrenadora del equipo. A partir de allí Nadia comenzó el indescifrable recorrido de una atleta de élite. Los entrenamientos eran duros y de alta exigencia. El historiador rumano Stejarel Olaru manifestó que la gimnasta no comía durante tres días para que pueda competir con un peso idóneo.
Cabe señalar que debutó a los siete años de edad en el Campeonato Juvenil Romano que se realizó en 1969 y alcanzó el decimotercer lugar. Después de un año, retornó y ganó. El ascenso se notaba cada vez más. Con nueve años compitió a nivel nacional en 1970 como miembro del equipo de su ciudad natal. Tres años más tarde, se colgó en el cuello cuatro medallas de oro y una de plata en el Campeonato Europeo de Gimnasia en Noruega 1975.
Caer está permitido, rendirse jamás
Nadia tenía claro sus objetivos. “Yo siempre dije que deseaba ganar una medalla olímpica y gané nueve”. Los premios que ella recibió fueron varios. En el Mundial de Estrasburgo 1978, logró una medalla de oro en la barra de equilibrio y dos de plata en salto. Al siguiente año, en el Campeonato Europeo de Praga, se ubicó en el tercer lugar en la modalidad salto y ocupó el primer lugar en individual y en barras asimétricas. En el mismo año, participó en los Europeos Copenhague, donde se posicionó en el tercer puesto. No se rindió, perseveró y luchó por sus sueños. Es así que se llevó la presea dorada en equipos en el Mundial de Fort Worth. Sus movimientos eran tan finos que no necesitaba alas para volar.
Hasta que llegó el 23 de julio de 1980, fecha que realizó su primer ejercicio en los Juegos Olímpicos de Moscú, y Nadia no pudo completar la rutina y cayó al suelo. Ya no tenía la habilidad de hace cuatro años y se vio reflejado en la competencia. Se ubicó en el segundo lugar en la modalidad de equipo e individual. Sin embargo, ella no se conformó con la presea de plata, pues consiguió un oro en barra equilibrio y otro en suelo.
La última vez que participó en un torneo mayor fue en el Campeonato Mundial Universitario que se llevó a cabo en Bucarest en 1981. En aquel torneo se consagró con cinco medallas de oro. De esta manera puso punto final a su brillante carrera por más de 11 años, dejando increíbles cifras: nueve medallas olímpicas de las cuales cinco de ellas fueron de oro. Se ganó el cariño de todos y dejó un legado increíble para la historia de los Juegos Olímpicos.
Pensar en grande
Más tarde, la noche del 29 de noviembre de 1989, Comaneci se marchó de su país que estaba al mando del dictador y comunista Nicolae Ceausescu. Fue objeto de seguimiento por parte de entrenadores, periodistas y directivos de la Federación de Gimnasia, quienes habían sido reclutados por la Securitate. Cruzó a pie la frontera con Hungría para luego desplazarse al aeropuerto austriaco, con el objetivo de comprar un boleto y dirigirse a Estados Unidos.
Después de la tormenta, llega la calma a su vida. En 1996, se casó con Bart Conner en Rumania, un gimnasta experimentado y padre de su único hijo Dylan Paul, a quien le gusta la gimnasia, el karate y las artes marciales.
En el actualidad, a sus 59 años, Nadia continúa ligada al deporte que tanto ama, ya que es la encargada de gerenciar la Academia de Gimnasia Bart Conner, localizado en Oklahoma y está al mando de la compañía Perfect 10 Production, un grupo que realiza eventos de gimnasia artística. Fue miembro de la Federación Rumana de Gimnasia entre 1984 y 1989, escribió artículos para la revista International Gymnast, incursionó como comentarista en diversas ediciones Olímpicas, inauguró su propio gimnasio en Estados Unidos y creó la venta su propia línea deportiva.
La leyenda sigue captando la admiración de todo el mundo, a donde vaya siempre será ovacionada.
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