Por Sebastián Guerra
Perú le acababa de ganar a Chile. Todo era felicidad en el país. Habíamos dado un paso importantísimo en lo que era la lucha por un cupo al mundial de Qatar2022. Paolo Guerrero, nuestro capitán, había jugado poco más de 60 minutos y algunos sabíamos que lo había hecho infiltrado, pues su rodilla aún tenía problemas. Poca gente sabía esto y recordaba su lesión, pues las criticas en las redes sociales fueron, a mi parecer, bastante duras.
Tocaba la conferencia de prensa y Paolo fue la cara visible del triunfo. “Tengo que solucionar el tema de mi rodilla, que parece no me quiere dejar jugar”, dijo un visiblemente conmovido Guerrero. Por un lado, estaba la alegría del triunfo, pero por otro estaba la tristeza de ver al capitán nuevamente pasar un rato amargo.
Es imposible no sentir un trago amargo cuando ves a Paolo Guerrero pasarla mal por una lesión que no lo quiere dejar tranquilo. Es imposible no sentir la frustración que siente el cuando lo viste transformarse en ese líder que necesitaba la selección, pues Paolo se volvió líder, no es el Paolo al que estábamos acostumbrados años atrás.
Donde manda capitán
Nadie puede dudar de las cualidades que tuvo Claudio Pizarro como futbolista. A mi me parece gracioso cuando lo acusan de no darlo todo con la selección, pues no creo que exista un solo futbolista que no quiera ir al mundial con su selección. Lo acusaron hasta de cuidarse las piernas, de no creer era eso.
El lado que, creo, era débil en Claudio fue el liderazgo, pues como decía el: “No es papá de nadie” y la verdad es que tenía razón. Paolo, por su lado, antes daba la impresión de ser un jugador muy irritable y que se salía muy rápido de los partidos. Un crack con la pelota, pero que no era el líder que todos esperábamos. Con la salida de Claudio de la selección, también desapareció ese Paolo.
Como quien sabía que había llegado el momento crucial en las eliminatorias y que el grupo era un barco a la deriva por la salida del capitán, Paolo asumió el rol que le tocaba por experiencia, jerarquía y carrera. No fue más el jugador altanero, se volvió el guerrero imperfecto que necesitábamos.
Pasó de ser el que renegaba con las patadas rivales para levantarse al segundo y casi decir “pégame otra porque volveré a buscarte” y así nos hizo felices. Vaya que nos hizo felices. Nadie va a olvidar jamás cuando, en plena Bombonera, se le plantó a Mascherano, pero tenía las manos abajo y estiradas. Nadie olvidará jamás como cuando contra Colombia en el Nacional empezó a golpear el césped tras una oportunidad perdida, pero como tomando aire y dándose cuenta de su rol, se levantó y corrió a buscar otra chance. Nadie olvidará jamás su gol contra Colombia de tiro libre, pues fue su gol. No importa que la FIFA lo considere autogol por ser un tiro libre indirecto, fue su gol y corrió hacia oriente para levantar a la tribuna. Nadie olvidará lo felices que nos hizo.
Tocaba defender al capitán
Estábamos próximos a jugar contra Nueva Zelanda el partido más importante de nuestra historia. Paolo, nuestro capitán, iba a comandar al equipo en el partido más importante de su carrera. Un día como cualquier otro desperté para la universidad, pero la noticia era que Paolo había dado positivo en un control antidopaje.
Le dieron 14 meses sin jugar y todo el país salió a demostrarle su afecto a un futbolista que parecía se había vuelto el hermano de todos. Paolo no estaba solo en esto, pero no tenía solo a su familia y amigos, tenía a todos aquellos hinchas que lo queríamos por ser el capitán en que se había vuelto.
Jefferson Farfán metió el gol que más ha gritado este país, pero yo me quedé más con su celebración, pues sacó la camiseta 9, la de nuestro capitán, pues Paolo estaba ahí. Tal vez no jugaba ese partido, pero el nos había puesto en ese escenario. Paolo jugó ese partido, pues todos los futbolistas peruanos calentaron con una camiseta 9 en la espalda.
En Argentina lo tildaron de “falopero”. A mi me causó la impresión de que creían que estaban hablando de ellos mismos, pues Paolo tenía una carrera intachable. Me corrijo: Paolo TIENE una carrera intachable. A todos nos indignaba la manera en que se referían a él. Se metían con Paolo, pues se metían con todos.
Así comenzó la batalla de Paolo por ir al mundial, algo que finalmente consiguió. No solo consiguió ir, sino que jugó y anotó. Tuvieron que pasar 36 años y esperar al tercer partido para gritar un gol peruano en un mundial. Sí, Carrillo anotó primero, pero yo lloré con el segundo, pues si alguien merecía un gol así, era Paolo.
“Gracias, hermano”
8 de diciembre del 2018 y Paolo nuevamente fue suspendido por su caso de dopaje. Aún faltaba lucha en la búsqueda de demostrar su inocencia. Se venía la Copa América del 2019 y Paolo iba a ser vital si queríamos pelearla.
Fui al hipódromo con mi papa y mis tíos. Lo hacía cada sábado antes de la pandemia. Vi mi Instagram y Paolo Guerrero también estaba ahí, pero un poco más abajo de donde estaba yo. Pensé casi 1 hora acercarme a pedirle una foto y finalmente lo hice.
En ese momento aproveché en decirle algo que -estoy seguro- todo el Perú quería decirle. Antes de irme le dije: “Gracias por todo lo que nos has dado. Espero que vuelvas a jugar pronto. Te necesitamos, capitán”. Paolo no fue ajeno a estas palabras y con un tono de voz conmovido, me hizo un puño con la mano y lo estiro para chocarlo con el mío. “Gracias, hermano. Muchas gracias por tus palabras”, me dijo. Sentí una gran satisfacción, pues pude mostrarle lo agradecido que estaba y, a la vez, mostrarle que su pelea no era solo suya, sino que nos involucraba a todos.
Hoy, la carrera de Paolo atraviesa un delicado momento. Desde su lesión en la rodilla no volvió a ser el mismo y eso, a quienes lo queremos, nos duele. Paolo no solo es nuestro delantero y mejor jugador; es nuestro líder.
Recientemente rescindió contrato con el Inter de Brasil y su futuro es incierto. Paolo, no dejes que una lesión te imponga los términos y condiciones para el final de tu carrera. Un jugador como tu merece tener una despedida bajo sus términos y siendo recordado como lo que es: un Depredador.
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