Por Pedro Brauner
Nada es más gratificante que una victoria después de haber entrenado por semanas o meses para llegar al lugar donde está en ese momento. También, nada es tan devastador cuanto una derrota agria con sabor a casi. Los deportes son prácticas basadas puramente en disciplina y dedicación, donde uno, en muchos casos, deja de vivir su propia vida para entrenar y mejorar su capacidad tanto mental como física y llegar al ápice del condicionamiento.
No son raros los casos de deportistas conocidísimos que a los 13 o 14 años han dejado todo el resto para seguir su trayectoria en el deporte. Tan claro es el tema que la final del último US Open fue la final entre personas más jóvenes de la historia: Emma Raducanu ganó a los 18 años contra Leylah Fernandez de 19. La ultima vez que alguien tan joven habría ganado un Grand Slam fue en el upset del Wimbledon de 2004 en Sharapova v. Williams, donde la rusa ganó con solamente 17 años. Vivimos en una realidad donde cada vez más la fama se adquiere a temprana edad. No hace falta ir lejos. En los Juegos Olímpicos de Tokio 2020, Rayssa Leal, compatriota de la Republica de las Bananas, conquistó la plata olímpica en el skate con apenas 13 años. No faltan casos de tiktokers, youtubers y, cómicamente, hasta empresarios que facturan millones por año antes de llegar a los 15.
Una realidad poco vista anteriormente en la historia a no ser por familias reales, hijos de celebridades internacionales y casos excepcionales. La globalización y la expansión tecnológica que vivimos han posibilitado que cualquier persona con una mínima condición sea capaz de llegar a un conocimiento incomparable a cualquier biblioteca y, en consecuencia, también a miles de amenazas a las que no hay precedente.
Somos la generación que más tiene ataques de pánico y ansiedad, pero también somos la que más acceso tiene, y a temprana edad, a conocimientos psicológicos necesarios para siquiera saber que diablos es un ataque de ansiedad, y que la depresión no es una, con el perdón de la palabra, una boludez.
Somos parte de una generación revolucionaria en muchos sentidos. Incansable, valiente y con un sentido de unidad singular, pero también somos la más frágil y susceptible a problemas de la presión social. El medio ambiente quemándose (literalmente), la política polarizada, y una incerteza siempre creciente de como será nuestro futuro, y, a veces, si es que lo tendremos.
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