Por Jhoselinho Vásquez
No olvidará jamás el plato que le quitaron los jueces por una supuesta infracción. La competencia de escopeta modalidad skeet funciona bajo las mismas normas de puntaje que la de fosa olímpica. Son dos días de competencia: en el primero se disparan 75 platos en tres rondas de 25 cada una; en el segundo, 50 platos en dos rondas de 25. Los mejores seis puntajes acumulados entran a la final por las medallas. Entró en competencia en el campo de tiro de Asaka, en Tokio, el 24 de julio. No dudó y dejó lo mejor de sí: parciales de 24/25, 24/25 y 25/25. Solo falló dos platos, ubicándose octavo a falta del segundo día de competencia.
El 25 de julio marcaría el día en que una decisión arbitral le quitó a Nicolás Pacheco la chance de meterse en la final y pelear por una medalla. Un fallo que, respaldado incluso por otros competidores, era de cierta forma, injusto. Luego de haber completado un 25 perfecto en su penúltima ronda, Nicolás se preparó para disparar sus últimos 25 platos. De repente, cuando se dispone a salir del puesto central de disparo, un referee de chaleco azul se le acerca. El gesto en el rostro de Pacheco es el ejemplo perfecto de que no daba crédito a lo que escuchaba. El referee le explica que se le iba a quitar un plato de esa última ronda como amonestación. Se argumentaba que Pacheco había cometido una infracción al sostener la escopeta por debajo del nivel de las costillas, condición que el reglamento de la Federación Internacional de Tiro Deportivo (ISSF) impide. Acompañado de su coach, Jessica Galdós, Pacheco presentó un reclamo formal ante los jueces. El pedido no procedió y el peruano tuvo que disparar su ronda final sobre 24 platos. Terminó la ronda sin ningún fallo. Acumuló un puntaje total de 122 puntos sobre 125 posibles en los dos días de competencia. El puntaje alcanzado hizo que empatara en la tabla general con otros seis tiradores. Todos debieron ir a una ronda de desempate donde estaban en juego tres puestos para la final. La mecánica es sencilla: si fallas y los demás aciertan, estás fuera.
El tiro no es un deporte de masas. Al contrario, solo los que lo practican o los que tuvieron alguna relación con él siguen las competencias a nivel regional, continental o mundial. A ojos del común de la sociedad, el tiro no existe hasta que lo ves. A comparación del fútbol u otros deportes que pueden aprenderse jugando sobre el asfalto en las afueras de una quinta, el tiro demanda de un lugar específico, estratégico; además de la indumentaria correspondiente y el arma, cómo no. Se necesita un componente económico solvente que financie los chalecos, los cartuchos de balas o proyectiles, el arma misma y su consecuente mantenimiento. Es un deporte caro. Como dicen los propios tiradores, si quieres continuar mejorando debes ‘’tener a alguien detrás que te apoye con la billetera’’. Es como un mundo aparte, encapsulado. Hasta tienen su propio diccionario: ‘’pull’’, cuando el tirador da la orden y el plato sale disparado; ‘’cero’’, cuando el tirador falla el disparo; ‘’hacer un 25’’, cuando el tirador completa su ronda sin un solo fallo; overhauling, para referirse al reacondicionamiento que se le brinda al arma después de una competencia; entre otros tantos términos que se escuchan dentro de este mundo de pólvora y buena puntería. Si es un deporte tan desconocido, no es raro entender por qué los graderíos de Lima 2019 se vinieron abajo en las competencias de tiro que tuvieron peruanos presentes. Uno de ellos era Nicolás.
Como muchos otros en este deporte, comenzó a engancharse al tiro con una carabina de aire. Es un arma tan inocua que no llega a usar cartuchos explosivos, solo la fuerza que imprime el aire comprimido sobre el proyectil de 4.5 milímetros que se coloca en su recámara. Nicolás Pacheco o ‘’Nico’’ (le da igual que lo llamen de una o otra forma) tenía ocho años cuando iba por la casa de su padres con la carabina bajo el brazo. Le disparaba a todo lo que encontraba: botellas, monedas o pedazos de platos. Tanto era el afán del pequeño Nicolás que le prohibieron usar la carabina dentro de la casa para evitar más destrozos (o quizás un accidente). Acompañado por su padre, solo podía usarla en el monte.
Su gusto por el tiro no es en vano, ni mucho menos un caso aislado dentro de la familia Pacheco Espinosa. El abuelo fue cazador y llegó a participar en competencias de cacería para los clubes que representaba. En algún momento hizo tiro al plato, pero nunca de manera profesional. El padre de Nicolás tenía el mismo hobby: disparar al plato de manera recreativa, nada cercano al alto rendimiento. Nicolás es el primero -y hasta ahora único- en su familia que dispara competitivamente. Su condición de tirador profesional no lo hace ajeno a recordar su carabina, sus ocho años, el monte y los disparos dentro de casa. Al parecer, cuando tuvo la madurez suficiente, la carabina volvió a sus manos y los disparos volvieron; aunque ahora eran menos.
El abuelo y el padre fueron los que le cultivaron el tiro a Nico desde la niñez. Una vez agotado el conocimiento, no pudieron continuar dándole lecciones, por lo que otros tendrían que servir como nuevos maestros. Un cubano, cuyo nombre Nicolás no recuerda, sería su primer mentor. Por entonces ese cubano era el entrenador del equipo nacional y le dio la bienvenida a Nico en su primera vez dentro de un polígono de tiro. Cambió la carabina de aire y las botellas de su casa por una escopeta calibre 20 y los platos de arcilla. Tenía 12 años.
—Fui metiéndome de a pocos hasta que ese deporte se convirtió en mi vida.
La pandemia del Covid 19 solo me dejó conocer a Nicolás Pacheco a través de una webcam. Las fotos dentro de sus redes sociales revelan a un tipo alto, de una frontal eminente y sonrisa ruborizante. En los videos y fotografías donde se lo ve disparar con su escopeta italiana marca Beretta, se ven los brazos marcados y robustos de alguien que ha levantado pesas por muchos años. Se le ve ridículamente alto, aunque habría que comprobarlo. Pacheco hace símil de un soldado, pero uno risueño, uno bastante carismático.
Nicolás puede presumir, a diferencia de otros tiradores que debutan en torneos locales, de que un campeonato continental en Chile fuese su primera competencia. Puede presumir incluso de haberse llevado el primer puesto en su categoría, pero no es lo más relevante. Ese día Pacheco se dio cuenta de que estaba para grandes cosas. Como en todo debut, los nervios atormentaron al novato. Terminó haciendo puntajes menores a los que registraba en los entrenamientos previos a la competencia. Batallando contra los nervios, las ansias del debut, los contrincantes y la sensación de ir haciéndose más tirador disparo a disparo, Pacheco había dado el primer gran paso. Era el primer título de una carrera deportiva que alcanzó su punto de ebullición en los Juegos Panamericanos Lima 2019.
En la competencia de escopeta en la modalidad skeet de Lima 2019, Nico logró meterse en la final junto a otros cinco tiradores, todos dispuestos a pelear por las medallas. Cada ronda era una fiesta en las gradas. Si ganaba era el triunfo de todos. Cuando Nicolás rompía un plato, el público gritaba de alegría; si rompía dos la algarabía era total. Nico era como un jugador de fútbol anotando goles cada dos minutos: estaba jugando su partido de local y a estadio lleno. Lo que nadie le dijo a la gente en la taquilla del polígono de tiro de la base aérea de Las Palmas (lugar donde se llevó a cabo la competencia) es que el tiro no es fútbol, ni siquiera vóley. Es un deporte que se observa desde la serenidad. Nadie hace ruido durante la ronda de disparo, tampoco antes ni después. El griterío y los aplausos solo tienen lugar en las premiaciones, una vez finalizadas las competencias. Lima y su gente cambiaron las reglas. Nicolás solo tenía claro que el peso de la localía se hacía más presente en el grito aguardentoso de esos hinchas peruanos sedientos de una medalla. Pero para Nicolás era una lucha personal, era un objetivo doble a batir: ganar una medalla panamericana y sellar su clasificación para Tokio 2020. Tras una final muy disputada, logró colgarse el bronce y alcanzar un cupo para estar presente en los Juegos Olímpicos. El acto de premiación lo revela tímido, entusiasmado, alegre pero contenido. Se une en abrazo fraterno con Francisco Boza y se escucha fuerte en todo el polígono ‘’¡Arriba Perú!’’. Tokio lo espera.
La pandemia del Covid-19 obligó a que los Juegos Olímpicos de Tokio, originalmente programados para el verano de 2020, fueran aplazados para julio de 2021. La expansión del Coronavirus puso al mundo de cabeza y los Juegos Olímpicos no fueron la excepción. En marzo de 2020 se supo la decisión del Comité Olímpico Internacional (COI) respecto a la suspensión de los juegos y su posterior aplazamiento para el verano de 2021. Finalmente, los juegos pudieron llevarse a cabo entre el 23 de julio y el 8 de agosto del 2021. Sin embargo, opiniones divididas separaban a la población de la capital de Japón en cuanto a la viabilidad de la realización de los juegos.
Meses antes del inicio de los juegos, un movimiento de protesta -que buscaba la cancelación total de los Juegos Olímpicos- se hizo fuerte en Tokio. Distintas marchas se realizaron en la capital japonesa con los ciudadanos como protagonistas. Las manifestaciones criticaban las políticas públicas adoptadas por el gobierno japonés que buscaba sacar adelante los Juegos Olímpicos a toda costa, incluso a la de su propia población. La periodista japonesa Ching Li Tor declaró para Euronews -días antes del evento inaugural- que los contagios de Covid-19 en Tokio se habían duplicado en una semana, además de la ampliación del estado de emergencia en cuatro áreas circundantes a la capital producto de la extensión de las medidas de emergencia hasta finales de agosto.
Fuera de la gestión gubernamental de la pandemia, el punto más álgido de las protestas venía gestándose desde que Tokio fue designada como sede de los XXXII Juegos Olímpicos en 2013. Los manifestantes señalaban que eventos como estos solo evidencian el interés económico de las grandes empresas. Para ellos, la pandemia del Covid 19 solo ha puesto en evidencia los problemas sociales existentes en Japón: la pobreza, el estancamiento económico y la situación de las mujeres.
Además de las protestas sociales, la organización de los juegos tuvo que lidiar con el enorme gasto que supuso el aplazamiento del torneo. Solo la demora le costó al comité organizador 1.4 millones de dólares en pérdidas. Se calcula que, de haberse cancelado definitivamente la cita olímpica, las mismas habrían bordeado los 16.4 millones de dólares, según dijo a Bloomberg Takahide Kiuchi, economista del Nomura Research Institute, en julio de 2021. De este modo, y con 28 millones de dólares invertidos, Tokio 2020 se graduó como el juego olímpico de verano más caro en la historia superando a Río 2016 (13.7 millones) y Londres 2012 (15 millones).
Pacheco aterrizó en la olimpiada más cara y esperada de la historia buscando revalidar las grandes hazañas olímpicas del tiro peruano. En su espalda cargaba los logros de Vásquez, Boza y Giha, todos medallistas olímpicos. En el retrovisor de su camino a Tokio podía verlos, a todos juntos. No estaba en el Londres posguerra de 1948, tampoco en medio del boicot de Los Ángeles 1984 ni rodeado del glamour de Barcelona 1992. Es otra historia, son otros tiempos. Para tristeza de todos, las medallas de tiro en Tokio no fueron para los peruanos.
Los videos que captaron el momento dan veredicto de un muchacho destrozado. Nico se tomaba la cabeza en cuclillas, con la mirada fija hacia el suelo. Decir que soltó alguna lágrima en ese momento sería confabulación, pero no es descabellado pensarlo. Falló en la ronda de desempate y los otros tuvieron mejor suerte. Quedó fuera de competencia. No logró meterse entre los tres mejores y entrar a la tan ansiada final. El enviado especial del diario El Comercio, Christian Cruz Valdivia, conversó con un desconsolado Nicolás Pacheco. Ahora sí hubo lágrimas, ahora sí se le entrecortaba la voz. ‘’Les pido mil disculpas a todos los peruanos. Dejé todo en esa cancha para estar en la final’’. Pensar que si los jueces no hubiesen quitado ese plato, y Nicolás lo hubiese roto, Pacheco se metía a la final sin necesidad de un desempate. La medalla nunca estuvo tan cerca.
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