Por Dax Canchari
Heteronormativa. El deporte es una realidad social androcéntrica, puesto que, a pesar de querer ponerlo en duda, ello mismo explica la escasa participación de mujeres y del colectivo LGBTI. Hoy en día, evidentemente, ha ido cambiando la percepción; sin embargo, hay prácticas que no se han apaciguado, y es que, aunque no bastó estar en la oscuridad, los intentos de salir para disfrutar el sol son opacados por la sombra de la sociedad y sus ganas de comentar.
No puede haber un arcoíris sin un poco de lluvia, ¿verdad?
Sociológicamente, los hombres fueron quienes produjeron el deporte. En él tácitamente se implementaron mecanismo de configuración de identidades de género que se plasmaron en la propia construcción social del cuerpo de hombres y mujeres, representando así elementos de distinción donde el ejercicio debe ser limitado para potenciar la virilidad masculina y completamente evitado por las mujeres porque de dicha manera estas podrían despertar su cuerpo, donde se incluyen las posibilidades de obtener aspectos físicos que las haría parecer menos femeninas, y experimentar la temible “excitación”. Asimismo, dentro de estos deportes que re-masculinizan, como se le solía llamar en Occidente, eludía todo tipo de contacto físico con otros hombres justificando que no darían ápice a cualquier tipo de feminización.
Entre líneas, se puede apreciar que este orden natural por hegemónico tiene efectos homófobos. Connell (1995) ante este escenario se llevaría el crédito al denominarlo masculinidad hegemónica (heterosexualidad, desarrollo físico, poca afectividad), misma que se desencadenaría en la promoción del deporte LGBTI, conocido también como los Gay Games (1982, Estados Unidos) fundado por el ex deportista olímpico Tom Waddell y que se celebraría cada 4 años en diferentes ciudades del mundo. Su objetivo de inclusividad cruzó los mares a Europa donde en 1989 encontraríamos a la Federación Europea del Deporte Gay y Lesbiano (EGLSF).
La orientación sexual no es un deber que las personas deban esclarecerle a la sociedad, pero igualmente influencia en la percepción así esta sea o no expuesta. Si bien hay exponentes femeninas y del colectivo en el deporte actual, no son quienes suelen destacar en los primeros planos, menos a quienes se les suele idolatrar. ¿Hay alguna explicación?
Anderson (2009) plantea en su teoría de la masculinidad inclusiva, que en este caso es compartida, el concepto de homohysteria, definida como el miedo a ser identificado como homosexual. El sentimiento de querer huir del contacto físico, de muestras de afecto y emociones mantiene un discurso homofóbico que se ha normalizado, porque un nombre no puede llorar en la cancha, no puede dar señales de que su aspecto físico es su prioridad mientras practica un deporte y no la cantidad de moretones o sudor resultante, tampoco puede gritar agudamente o celebrar sin vociferar roncamente, pero es que a una mujer también se le prohíbe terminar embarrada, portar ropas andrajosas mientras practica un deporte y no alguna que resalte su figura, menos puede pensar destacar en un deporte que fue hecha para hombres o donde haya un ídolo de estos.
Silben en los estadios, llámenlo mariconadas, pero cuando el sol baja es cuando aparece la oscuridad y en esta están esperando listos, reagrupados, para salir con el primer rayo del sol. Ni las sombras van a poder cubrir a aquellos dispuestos a luchar contra los prejuicios.
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