Por Sebastián Guerra
Hay una frase muy antigua que dice “el tiempo vuela cuando te diviertes”. Es ilógico pensar que el tiempo vuele o vaya más rápido de lo normal cuando está sucediendo algo que nos importa o disfrutamos. El tiempo, siempre tan indolente él, sigue avanzando a la misma velocidad sin importarle nada. No le importa si estás disfrutando, sufriendo, naciendo o, -en el peor de los casos-muriendo. El tiempo es tan indolente e indiferente que sigue avanzando y siempre a la misma velocidad.
Hoy me permito darle la contra a la lógica. El motivo, la causa, la razón y la circunstancia-como diría el buen profesor Jirafales-es que el tiempo está transcurriendo a una velocidad muy lenta esta semana. Tengo la firme sensación de que alguien se ha empeñado en reproducir está película llamada vida a una velocidad de 0.25 veces su velocidad normal. Para no confundir a nadie, el tiempo transcurre a un cuarto de su velocidad natural. Hoy, un minuto parece tener 240 segundos y no 60. Hoy, un día parece tener 96 horas y no 24.
Estoy seguro de que el 80% de los que estamos pendientes del tema selección tenemos la misma sensación y solo deseamos que sean, de una buena vez, las 9 de la noche del martes 29, pues ya no aguantamos la tensión. Ya sea para una alegría-ojalá, Dios, y el fútbol lo quieran así- o con una desazón enorme, pero ya queremos que se acabe este sentimiento de no saber como sentirnos.
Salí de vacaciones el final de noviembre pasado y tengo la sensación de que el verano terminó en una pestañeada. Aún tengo muy fresco el sentimiento de satisfacción cuando conseguí mi entrada contra Ecuador. Aún tengo muy fuerte la euforia de correr a abrazar a mi papá cuando el Orejas le metió un gran gol a Colombia y ese llanto que no paró durante 30 minutos por saber que ese partido era clave. Tan clave que lo llamamos “Barranquillazo”.
Desde la semana pasada estuve con un sentimiento de indescriptible de saber que en 7 días estaría empezando el primer ciclo de mi último año como estudiante universitario de periodismo, pero siempre con un estado de “modo selección” ya activado en mí. Estuve pendiente de todos los jugadores que son habituales convocados y me veía la maravilla de partidos. Los que no podía verlos, como los de Arabia con Carrillo y Cueva, los seguía por una aplicación. No me fijaba ni el marcador. Lo único que me importaba era que terminen sanos el partido. “Que ninguno se lesione, por favor”.
Llegó Lapadula, llegó Renato, llegó Carrillo. Llegaron todos. Lo que no termina de llegar es la hora de los partidos. Mi amigo Julio me pasó un video que dice algo parecido a que todos me ven tranquilo y feliz por estos días, pero lo que no saben es que mi estado de ánimo depende mucho de lo que haga un equipo en estos días por venir. A todo esto, repito una vez más, el único que se empeña en no hacer todo más fácil el tiempo.
El amor es un virus, me dijo alguien alguna vez. Las manecillas del reloj, esas que siempre son las mismas y juegan al sprint cada vez que disfruto algo o no quiero que llegue determinado momento, hoy juegan conmigo. Hoy el tiempo se burla de mí.
Voy a poner todo en un contexto para que puedan entender lo que significan para mí estos partidos. Estoy muy consciente de que se trata solo de dos encuentros de fútbol. Estoy consciente de que si clasificamos no pasará nada extraordinario. Si llegamos a Qatar 2022 el día seguirá teniendo las mismas 24 horas que tiene hoy, a pesar de que siento que pasan a velocidad lenta. Si vamos al mundial mi vida será exactamente la misma que es hoy. Si llegamos al mundial igual tendré que hacer mi tesis. Si llegamos al mundial todos trabajaremos al día siguiente, pues no será feriado nacional. Si llegamos al mundial los profesores no regalarán 20 a diestra y siniestra. Sí, vuelvo y repito, si llegamos al mundial nada habrá cambiado, pero en realidad habrá cambiado todo.
Háganlo posible, muchachos. Ganémosle a la historia.
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