Por Milovan Byrne
El 5 de mayo de 1961 Perú recibió a Colombia en el Estadio Nacional para disputar el partido de vuelta de la definición por el pase al Mundial de Chile 1962. En aquellos tiempos, el sistema de clasificación para el mundial era muy distinto, ya que, para esas épocas, la CONMEBOL sorteaba a las diferentes selecciones para dividirlas en llaves mediante un sorteo previo y el ganador de cada llave iba al mundial. En esas eliminatorias a Perú le tocó enfrentar a Colombia, que no se asemejaba nada a la Colombia de la actualidad, pues estaba en una etapa de renovación y de más dudas que certezas, mientras que en la actualidad cuenta con diferentes estrellas mundiales. En cambio, Perú pasaba por una de las mejores generaciones de su historia con Víctor Benítez, Miguel Loayza, Guillermo Barbadillo, entre otros. Para el partido de ida, el entrenador Marcos Calderón decidió no convocar a los jugadores en el exterior Miguel Loayza y Víctor Benítez. Su justificación fue que la clasificación estaba casi por descontada y no era necesario contar con ellos para clasificar. Dicha declaración impactó de modo negativo en la prensa peruana que criticó el optimismo excesivo del entrenador y, de cierta manera, de la selección. No obstante, Calderón no dio su brazo a torcer y no los convocó para los partidos decisivos ante Colombia. En el partido de ida, Perú había perdido 1-0 de visita y con una victoria con cualquier marcador, se iban a un desempate en una cancha neutral que, curiosamente, sería en Valparaíso, algo muy favorable para nosotros por la cercanía de nuestro país con Chile en contraste con los “cafeteros”. Por lo tanto, dado el optimismo peruano, los pasajes y las entradas estaban mayoritariamente en posesión de hinchas “blanquirrojos” que iban a colmar Valparaíso para el partido de desempate (en aquel entonces, las entradas se ponían a la venta aún antes del resultado que daría lugar al desempate).
El partido no podía empezar mejor, ya que, a los dos minutos, Faustino Delgado anotaba el primer gol del partido. El público en el Nacional se ilusionaba con el gol peruano y sentían que ya no iba a haber chance para Colombia. La derrota en Colombia había sido solo un leve traspié y ahora sí la selección iba a demostrar todo su poderío. A los minutos, un certero cabezazo de Héctor González decretaría el empate en el marcador. Con el pasar de los minutos, al ver que el tanto peruano no se producía aumentaba la desesperación y la insistencia del público, a esto se sumaba la actuación fenomenal del ‘Caimán’ Sánchez en el arco colombiano. El muro colombiano resistió el resto del partido y el pitazo final decretó una de las eliminaciones más dolorosas en la historia del fútbol peruano. La selección peruana en todos los ámbitos deportivos no pudo demostrarse en la cancha y quedó eliminada de la Copa del Mundo de Chile 1962. Esta eliminación desencadenó una frustración grande por no clasificar al Mundial e inició una de las crisis del balompié peruano que culminaría con la clasificación al Mundial de México 1970 con el histórico empate 2-2 ante Argentina en la Bombonera.
Después del pitazo final, el recordado periodista “Pocho” Rospigliosi, con la elegancia y el realismo que le caracterizaba, escribió en el extinto diario “La Crónica” lo siguiente: “Al fútbol peruano nunca se le ha presentado mejor oportunidad de estar clasificado a un Mundial. Primero el rival. Parecía que Colombia no nos iba a ganar. El pueblo peruano es muy sufrido. Soporta todo. Pero esto ha sobrepasado todos los límites. Antes se criticaba nuestra gitanería. Ahora todas son derrotas. Otra vez no es un texto actual”. El mensaje del famoso “Diente de leche”, como lo conocían sus más cercanos amigos, ayudaba a dibujar el panorama de la grave situación que había sucedido en el partido. Y la característica común de la personalidad peruana de generarse falsas ilusiones no solo en el ámbito deportivo, sino en la vida misma.
Hace algunos días observamos la noticia de una pancarta en plena Javier Prado con una frase impactante para el lector, pero aborrecible para un verdadero hincha peruano: “¡Gracias, Gareca! Qatar: ¡Allá vamos!”. Este mensaje refleja claramente como aún pasados ¡60 años!, y estando en nuestro Bicentenario nacional podemos ser tan mentecatos creyéndonos ganadores sin haber jugado los últimos dos partidos de las eliminatorias, siendo el más cercano el partido con Uruguay, una verdadera batalla que puede demarcar nuestra clasificación para el Mundial de Qatar 2022 e incluso, el principio del fin de la era Gareca y de la actual generación de futbolistas que conforman la selección.
Coincidencia o no, después una grave crisis nacional que parte de dictaduras militares, censuras a la prensa, terrorismo, paquetazos, dólar MUC, entre otros, se dio una situación similar a la de 1961 en las eliminatorias para Francia 1998. Para esas clasificatorias, el sistema de clasificación al mundial también había sufrido una variante importante, ya que se instauró el sistema actual: dos rondas de partidos de todos contra todos por más de dos años en el que las nueve selecciones de Sudamérica se disputarían las cuatro plazas de cara a la competición Mundialista. Esto implicaba una estresante y larga eliminatoria, en la cual Perú necesitaba un general que impartiera el orden y la disciplina que se necesitaba para sobrevivir en este proceso largo y que, a la misma vez, renovara las esperanzas del hincha peruano. Todos esos perfiles calzaban en Juan Carlos Oblitas. El “Ciego” tenía en su palmarés un tricampeonato con Sporting Cristal (1994-1996) y era el indicado para ser el guía de la selección peruana en el proceso rumbo a Francia 1998. Pese a los duros cuestionamientos de la prensa por el mal arranque de la “blanquirroja”, Oblitas supo sobrellevar la situación y se sobrepuso a la situación con una remontada épica con victorias memorables como ante Uruguay en Lima (2-1) o de visita ante Colombia con el golazo del ‘Chino’ Pereda en Barranquilla (0-1).
Faltando dos partidos, Perú se encontraba en la cuarta posición y con un resultado favorable en Santiago, ya sea un triunfo o empate, le bastaba para mantener la diferencia que le llevábamos a los “mapochinos” y asegurar la clasificación en el partido contra Paraguay en Lima. La prensa peruana que había descargado insultos incesantes sobre esta leyenda del fútbol peruano tendría que tragarse sus palabras, pues Perú estaba a dos partidos de volver al mundial y el optimismo peruano se instaló sobre la selección peruana, sobre todo por parte de Oblitas: “Me confié, sí. Yo decía que era un partido de fútbol, que todo quedaba en la cancha. Pero Chile trabajó a otro nivel de profesionalismo para hacer ese psicosocial. El partido contra Chile era una guerra que sobran palabras para describirla por todo el contexto sociopolítico que dio como consecuencia que siempre existiera una especial rivalidad entre ambos países. Para ellos, su frase simbólica era un dicho ambiguo del fútbol: “El fútbol es la guerra”. Dicha lógica puede parecer “ilógica” que, dado los antecedentes, los chilenos no quieran ganar el partido de manera limpia y jugar al “fair play”. Una derrota en su propio estadio, repleto de chilenos queriendo ver morir en la cancha a los peruanos e impartir miedo, o, mejor dicho, como dicen los franceses: “Au bout de son rouleau” y para esto iban a generar cualquier táctica antideportiva o no con la finalidad de ganar a toda costa. “Todo lo que pasó lo recuerdo y eso que un gran amigo – el desaparecido periodista Jorge Salazar – me advertía antes del viaje”.
El psicólogo social, Jorge Yamamoto, menciona la viveza del peruano como un recurso informal para excusarnos de los problemas y de saltarse las normas que en cierta vista para los peruanos son difíciles de cumplir. No obstante, lo señalado por Yamamoto, ese día los peruanos nos olvidamos de nuestra personalidad del “qué vivo que soy” y pecamos de sanos. El resultado: agresiones físicas a los jugadores, pifias al himno nacional y una goleada 4-0 que nos llevó hasta lo más profundo del hoyo. En el siguiente partido, Perú le ganó a Paraguay, pero ya era tarde. Chile le ganó a Bolivia y se había clasificado al mundial por diferencia de goles. La batalla de Santiago y el comportamiento antideportivo del público chileno habían valido la pena. Una vez más, el espejismo, la falsa ilusión y adicionalmente pecar de inocentes, nos había jugado una mala pasada.
Al histórico delantero uruguayo Diego Forlán le preguntaron: ¿Uruguay viene mejor que Perú? Su respuesta no fue directa, pero orientó una opinión parcial sobre el encuentro: “Creo que tenemos una grandísima selección, muy buenos jugadores y depende de nosotros. Y creo que estamos en un buen momento como para tener un partido duro, como el que vamos a tener contra Perú. Es un rival directo para la clasificación que Uruguay está obligado a ganar para no complicar sus chances de clasificarse”. Las palabras de Forlán caen de lleno y generan un impacto. Después de varios años, nos hemos ganado el respeto de Sudamérica que Forlán no se incline como favorito a su propia nación como la favorita del encuentro demuestra el deseo de evitar una precipitación de cara al partido. No obstante, nosotros estamos haciendo todo lo contrario considerándonos “ganadores” sin haber jugado el partido, movidos por un espejismo nutrido por la gran remontada de la “blanquirroja” en las eliminatorias, actitud errónea, pues la historia se ha encargado de demostrarnos que no es el camino para lograr el éxito. Que, en estos tiempos de espejismo, recobremos el verdadero camino del éxito. ¡Arriba Perú!
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