Por Johan Dianderas
Cimentar el estadio de Wembley fue uno de los honores más grandes de la historia: una edificación llena de alma y fiesta. Mística y reputación. Risas de goce y lágrimas de dolor. Antes y después de su remodelación en el 2002, la constelación fútbol vio a los mejores brillar y festejar en el verde del recinto deportivo más icónico de Europa. En ese césped, el mejor Barcelona de Guardiola apagó las ilusiones del Manchester United con un juego espléndido para alzar la Champions League. En ese césped, un desalmado y vehemente Arjen Robben definió sutilmente ante Weidenfeller para ganar esa misma “Orejona” en el 88’. Coincidentemente, la Italia de Mancini volvió a la gloria en dicho campo hace casi un año al llevarse la Eurocopa, con un equipo lleno de corazón y estrellas a todo pulmón. Sin embargo, quienes se hicieron con el trono en la Finalissima tuvieron que llegar de lejos, en medio de su hinchada que ponía la pachanga a todo flote. Esta vez, Italia no volvió a sonreír y la Scaloneta mandó un aviso de alerta a quienes dudan del fútbol sudamericano. ‘Olé’, se cantó en Wembley, y todos lo escucharon fuerte y claro.
Ni la última Copa América ni la Eurocopa eran los puntos finales de una crónica con un balón de protagonista. La extinción de la Copa Confederaciones le devolvió el respiro a un viejo, pero mítico torneo. En paz había descansado la Copa Artemio Franchi, que enfrentaba a los campeones continentales de Europa y Sudamérica. Pero sus raíces salieron a la luz este 2022 con el nombre de la “Finalissima”. Argentina e Italia, países con la huella prestigiosa de Diego Armando Maradona, iban a enfrentarse. Wembley vibró una antesala espectacular a música e historia como cualquier fanático de la caprichosa habría soñado. Desde temas memorables como “Live is Life” hasta la oda maestra de Martin Garrix, “Like I Do”, las tribunas se bañaban en color futbolístico desde temprano. Una superioridad albiceleste en las gradas era evidente: la localía de Buenos Aires se trasladó a Londres sin baches en el asfalto.
El balón tatuado con la icónica frase “La pelota no se mancha” de Maradona en las manos de Benjamín Aguero, su nieto, y un Puppi Zanetti cargando el trofeo de la Finalissima. Imágenes que dieron pie a la entrada de los equipos. Italia llegaba con la catástrofe de no clasificar a Qatar, así como iba a presenciar el último partido de Giorgio Chiellini con los azzurros. Argentina, endemoniado y motivado futbolísticamente, sí tendrá su plaza en la máxima cita mundialista y apuntaba por su segundo título en la era Scaloni. Las acciones comenzaron con un ritmo infernal: ambos elencos volcados al arco rival, los albicelestes buscando las asociaciones de los 3 de arriba, mientras que Italia insistió a través de la creación de los mediocampistas. En medio de remates sutiles, el campeón de América comenzó ganando el partido por los laterales: ni Emerson ni Di Lorenzo pudieron proyectarse con éxito tras la severa presión argentina. Anulados y ofuscados, Molina y Tagliafico se sirvieron de garra y velocidad para hacer de las bandas las avenidas perfectas por las que el ataque cosechó sus primeros frutos. De hecho, otra virtud de los argentinos fue la recuperación en medio campo, vital y demoledora. Lo Celso le robó un balón a Jorginho y Messi dejó arrastrándose a Barella para llegar hasta el fondo del verde y mandarle un SMS de gol a Lautaro Martínez. Un baldazo de agua fría para los italianos.
Pessina y Barella acompañaron las escasas fortalezas de un medio campo en el que Jorginho era el llamado a apagar los incendios. La defensa argentina recuperó balones importantes adelantándose a estos mismos, lo que fue la llave de muchas transiciones veloces de la zaga al ataque. Ni qué hablar de los 3 de arriba: el ‘Dibu’ Martínez saca un balón largo que recepciona Lautaro, y este se saca a Bonucci con facilidad y astucia. Su media vuelta le da espacio libre para otro SMS de gol, esta vez, para Di María. Como en aquella final en el Maracaná, las viejas costumbres no se olvidan y Donnarumma nada pudo hacer ante la picada del esférico. El 2 a 0 llegó en los instantes finales de un primer tiempo de menos a más para la albiceleste. Los de Mancini quisieron sorprender por pases filtrados y rifles al arco, pero sin éxito alguno.
El partido se vistió de contundencia argentina absoluta en el segundo tiempo. De pronto, parecía que el campo italiano se volvía la única zona de guerra: las jugadas de Messi, Lautaro y Di María desembocaron en situaciones claras de gol. El olor a goleada se sentía desde el pitazo que reiniciaba las acciones. A diferencia de las selecciones de Sampaoli, Bauza o Martino, el ADN de este conjunto es su polifuncionalidad para recuperar el balón y asfixiar los aletazos rivales. Hoy vemos a un equipo que diluye el temor por motivación ante rivales de gran jerarquía. Ello no se vivió en el Kazán Arena hace 4 años cuando Francia dejó en la lona a la albiceleste. Hoy vemos a un Lionel Messi que hace respetar la cinta de capitán e implanta su personalidad ante las calenturas. Hoy Argentina alza su bandera en el terreno de juego con un estilo más aguerrido desde los tiempos de Sabella, en paz descanse. Donnarumma fue el mejor del segundo tiempo en la escuadra italiana, pero la confianza que se palpitaba de las camisetas albicelestes era notable. Centro de Messi para una volea de Di María. Solo una pequeña dosis de convicción para hacer respetar la localía en Wembley, sí, en otro continente.
La noche tenía que caer con un gol del Balón de Oro 2021: Messi. El mismo atacante del París Saint Germain lo entendió así, y comenzó crear sus propias chances. Carreras largas para hipnotizar a los italianos, engañándolos sin que puedan detenerlo, y remates claros de gol. Donarumma, su compañero en el elenco parisino, le negó el gol hasta en 3 oportunidades. Una volada espectacular del joven portero debió ser la que más dolió a Leo. Italia veía a los argentinos silenciar el cuestionamiento de Mbappé hace un par de semanas sobre el nivel del fútbol sudamericano. Los de Scaloni anularon la jerarquía italiana vista en la Eurocopa un año atrás.
Por más que símbolos como Chiesa o Insigne no hayan pisado Wembley esta vez, el respeto por la camiseta ganadora de 4 copas del mundo se pulverizó en una presentación paupérrima. Hasta Julián Alvarez, el pibe que le marcó 6 goles a Alianza Lima hace una semana y es la nueva arma del Manchester City, se atrevió con un disparo de media cancha. Misiles así no se ven todos los días. Messi sorprendió al dueño de la noche negra, Jorginho, y le robó un balón desde su propio campo para cosechar su gol. Cuando parecía que perdía el balón, Dybala recogió su carrera para cruzar la línea final con un zapatazo inatajable que puso el 3-0. El ‘Olé’ sonó antes de este gol, porque Argentina ya goleaba en todo sentido, el mismo que perdió Italia al enfrentarse a un tornado que brilló en su propio continente. Difícil encontrar una sola figura en los de Scaloni. Este equipo es el más feliz de los últimos 8 años. Al ritmo de leyendas musicales como “We are the Champions” o la poesía del recordado Avicii, “Levels”, levantaban a Messi en todo lo alto, como un gesto inolvidable para el astro. Es la segunda copa de Scaloni. Desde Brasil 2014, no hubo un momento en el que se podía pensar que la fiesta argentina podría escalar a la cima nuevamente. Desde ese Maracaná que terminó con festejos alemanes, no se pudo ver a un elenco tan motivado y cuyas figuras, ahora sí, remen el barco a la misma dirección. Un plantel y un técnico que pasaron momentos complicados y partidos de alto calibre, claro está, en la eliminatoria más difícil del mundo, como el ‘Dibu’ y Leo lo ratificaron. Catar comienza en noviembre, pero la antesala cuestiona si la hegemonía europea desde el 2006 perdurará en la mejor gala de fútbol de la historia. Wembley y todo el mundo, así lo vivieron.
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