Por Tamara Ojeda
Las húmedas tardes de julio en la capital proyectan una luz natural de tono apagado, haciéndole honor al bien puesto apodo “Lima la gris”. Han pasado 5 minutos desde que el reloj marcó las 3 de la tarde y María José “Cote” Parró futbolista, profesora y madre despeja un espacio de su ocupado día para conversar con nosotros.
Abre las puertas de su casa de la única forma posible tras dos años en pandemia: a través de una computadora, que permite apreciar una gran ventana ubicada detrás de ella. La iluminación esboza un efecto contraluz que dibuja su figura, pero no oculta la blanca muñeca de cabellos rosados que se sienta tras ella y que debe pertenecer a alguno de sus 2 hijos, Ariana o Rafael. Lleva puesta una polera negra que combina con el color plomo de su mueble, donde permanece sentada con la espalda torcida y sus característicos labios sonrientes.
Maria José luce cómoda y pide que la llamen simplemente “Cote” porque así le dicen todos. El inusual sobrenombre tiene casi su edad. Su hermana es tan solo un año mayor y cuando Cote nació ella recién aprendía a hablar. Entonces, cuando trataba de decir “María José”, salía de su boca un balbuceo que sonaba “Cote”. Y así se quedó. Cuando alguien le preguntaba a María José por su nombre, ella, con toda certeza, afirmaba que se llamaba “Cote” porque eso creía. “María José” solo la llama su mamá cuando se enoja con ella. Sí. Tal como doña Florinda lo haría con Quico.
Sin básquet, pero con fútbol
Cote define a Cote como una persona positiva. Recalca un par de veces que le gusta el deporte. Todos los de su clase. No solo el fútbol. De hecho, ser futbolista no fue su primera opción.
Era la década de 1990. El mundo veía el colapso de la Unión Soviética, la Unión Europea implementaba el euro y J.K Rowling publicaba el primer libro de la saga de Harry Potter, pero Cote tenía su propio mundo, con sus propias noticias y sus propios sueños.
Asistía a un colegio que fomentaba la práctica de deportes, en niños y niñas. Conocía de fútbol, básquet, atletismo, natación, etc. En casa, también practicaba. Vivía en un condominio que compartía con su familia. Con ella, en total, habitaban aquel edificio 12 niños: 3 mujeres y 9 hombres. Así, los fines de semana de la pequeña Cote significaban diversión. Pasaban de chapadas a básquet y de básquet a fútbol y de fútbol a todo juego que sea de contacto. Cuando Cote dice que practicaba de todo, era de todo, pero tenía claro que su destino sería el básquet.
La NBA era el límite, pero algo la limitaba a ella y no era solo su género, sino su estatura. Aumentaba de edad, pero no de tamaño y ser alta era obligatoriamente necesario. Cote lo entendió y su mamá también. Juntas, acudieron a un endocrinólogo pediatra o, como ella lo llama, un “doctor de la rodilla”. El médico estrujó toda esperanza de crecer y le recomendó que se dedicara a otro deporte. Mientras lo cuenta, se aprecia en ella todo lo contrario a tristeza. De la decepción nació una nueva pasión que hasta el día de hoy hace brillar su ojos porque, luego de recibir la noticia, ella volteó su mirada hacia su mamá y firmemente le aseguro que iba a ser futbolista.
La decisión significaba replantear el futuro que la pequeña Cote había imaginado. Aunque, no fue difícil porque había nacido con un don para los deportes y tenía al destino de su lado pues, coincidentemente, el colegio al que asistía empezó a organizar campeonatos de fútbol femenino donde demostró ser realmente buena para el balompié. En realidad, era de las mejores. Entonces, se enganchó con el fútbol y ya nunca se pudo zafar.
Querido fútbol
En una sociedad que vestía de azul a sus niños y de rosado a sus niñas, como la peruana, ver a una niña jugar fútbol era una amenaza al primitivo orden establecido y Cote lo sabe mejor que nadie.
Se había dado cuenta que era muy talentosa para tocar el balón con los pies y era momento de llevar su juego a otro nivel. Entonces, empezó la búsqueda de academias para poder potenciar sus capacidades; sin embargo, no encontró ninguna que ofreciera fútbol para niñas y le tocó asistir a una de fútbol para niños.
Ahí, su capacidad para hacerle frente a un partido de fútbol era constantemente cuestionada por quienes no veían en ella una buena futbolista, sino una niña débil. Era difícil escuchar como su talento era menospreciado solo por haber nacido niña.
A veces, los niños preferían no jugar con ella o era la última en ser elegida a la hora de empezar a practicar. Se preguntaba por qué y las lágrimas corrían por su rostro. En casa, encontraba refugio en sus padres.
“Mi papá era un poco más nerviosito”, cuenta, en comparación a su mamá.
El patriarca de la familia Parró era nervioso cuando se trataba de cuidar a su hija y la acompañaba a todos lados. También, solía preguntarle por qué en lugar de usar buzos, no probaba vestir ropa un poco más femenina. Pareciera que jamás escucho esa recomendación porque hoy viste buzo y se nota cómoda usándolo, pero, algo que nunca le sugirió su papá fue que dejará el fútbol.
“Tuve la suerte de tener papás que siempre me apoyaron para que juegue fútbol”, afirma con un tono de agradecimiento en la voz.
Muchas veces llegó a casa llorando luego de un partido. Sus padres la consolaban y trataban de explicarle que siempre existirán ese tipo de personas, de la clase que le dice a una niña que estaría mejor en la cocina que cumpliendo sus sueños.
Pausa un momento la cronología de su historia y explica que al empezar a jugar fútbol de mujeres y con mujeres, no solo dejó de ser excluida, sino que, además, su mente se hizo fuerte y todas aquellas palabras que de niña la lastimaban poco a poco eran simples murmullos que el aire se llevaba. O, por lo menos, trataba de que lo sean.
En sus partidos, le han gritado de todo. Normalmente es un “¿Y esa machona qué hace jugando?” cuando está acompañada solo de hombres.
Una de las tantas veces que le sucedió, se encontraba jugando una pichanga con sus amigos. Ya no era una niña. Tenía 28 años en aquel entonces. Junto con ella, otras 4 amigas estaban en la cancha. Desde la tribuna, las miraban con asombro por lo bien que jugaban; sin embargo, a unos 10 metros de ella, un hombre gritó “machonas”. En su corazón, sintió algo que no había sentido hace años. Un sentimiento, según describe, muy feo. El hombre no parecía cansarse. Al tercer grito, el juego se detuvo y ella corrió hacia la tribuna. Cote agradece la existencia de una malla que la separara de aquel fulano: “felizmente había una malla porque creo que si no me tiraba a matarlo”.
Le gritó de todo. Con insultos, le exigía que se calle, pero él no hacía caso. La cólera se manifestaba en forma de lágrimas. Sentía impotencia y estaba dispuesta a golpearlo si era necesario. Él, solo atinaba a decirle que una mujer no debería de jugar, encendiendo más su rabia. En la pelea, sus amigos trataban de tranquilizarla y la separaron de aquellos alambres. La bronca se tornó física cuando uno de sus amigos le tiró un puñete al hombre. Fue lo único que pudo hacer que se callara.
Las críticas disfrazadas de piedras en su camino lastimaban su corazón, pero jamás pudieron detenerla.
Los padres, los niños e incluso la misma sociedad pudieron no haber estado de su lado, pero el destino, ese sí. A los 13 años, se enteró que la “U” tenía una academia de fútbol para niñas y postuló e ingresó.
Ahí, las cosas fueron más fáciles. Por primera vez, tenía la oportunidad de demostrar al máximo su talento, fuera del hogar, sin miedo a ser excluida o criticada. Ahora, entrenaba con chicas y, nuevamente, la certeza de que era buena para lo que hacía floreció.
Luego de verla jugar, la jalaron al primer equipo del club. Convertida en toda una jugadora profesional, se veía cara a cara en la cancha con chicas mucho mayores que ella, todas de 20 años. Así, en sus primeros años de adolescencia, se dio cuenta que sí iba a ser futbolista. Y desde entonces Parró no paró.
Unos años después de terminar el colegio, ya era seleccionada nacional e, incluso, llegó a ser capitana del equipo.
Sin embargo, en un país como el Perú, un jugador promedio de la Liga 1 puede vivir de su trabajo. Podría, además, cometer una serie de indisciplinas que ameriten su despido. Se le daría miles de oportunidades para cambiar su actitud y no las aprovecharía. Una mujer, en cambio, no puede vivir del fútbol aquí y, entre el fútbol y comer, decidió lo segundo.
Una carrera truncada por la falta de oportunidades, dirían algunos, pero, en realidad, Cote jamás se alejó de lo que más amaba hacer. De hecho, hace 4 años se encargó de contarle a El Comercio que no tiene remordimientos por su decisión.
“De haber sido futbolista profesional, igual hubiese decidido eso. No me arrepiento. Ahora trabajo, tengo mi familia y sigo haciendo lo que más quiero”, dice en el vídeo.
La estrecha relación que mantuvo con el deporte en sus años de colegio la llevaron a concluir que sería profesora de educación física. Cote, entonces, aplicó en cuadernos su don y en 5 años se graduó de la carrera de ciencias del deporte, ¿su especialidad? El fútbol.
Cuando se presentó la oportunidad, volvió a su antiguo colegio, pero ya no más como aprendiz. Ella, ahora, era la maestra.
De profesiones y goles
Si aún no ha quedado claro que Cote y el destino tienen una conexión especial y que esa conexión especial es, básicamente, las ganas que tiene el destino de verla jugando fútbol, lo recalcamos una vez más. Pero, más que pura y únicamente obra del destino, las ganas de Cote por realizar aquella promesa que con seguridad le aseguro a los ojos de su madre en el consultorio del “doctor de la rodilla”, la hicieron lo que es hoy: futbolista profesional.
Nunca dejó las clásicas pichangas con amigos y amigas, pero la Universidad César Vallejo necesitaba una “9” y esa sería Cote. La Liga Femenina de la FPF la recibió con pelotas paradas que esperaban acción en la cancha.
De futbolista a profesora y de profesora a futbolista que es profesora, Cote tenía una agenda apretada, pero, si podía hacer más fútbol, lo hacía. Así, una que otra vez se metió en el papel de comentarista deportiva, pero a través de plataformas virtuales.
Una tentadora oferta de DirecTV llegó a sus manos. La propuesta consistía en un contrato para comentar los partidos de la Liga 1. Junto con ella, otras chicas habían sido también convocadas. Cote no firmó un contrato, pero aceptó un par de invitaciones para sentarse en la mesa de DirecTV a hablar de lo que conocía muy bien: el fútbol. La empresa ofreció prepararla para la importante misión. Los ensayos incluían practicas frente a las cámaras.
Más pronto que tarde, los comentarios de quiénes rechazaban ver a un grupo de mujeres comentando fútbol, llegaron a sus oídos. Pareciera que su época en la academia de fútbol para niños no hubiera terminado. Nuevamente, se veía enfrentada ante una sociedad que despreciaba la idea de que una mujer cumpla un rol que habría sido hecho por y para los hombres.
«¿Cómo van a dejarlas comentar?, “van a bajar el nivel de la Liga 1» y más se decía de ellas. Quizás recordó los consejos de sus padres o los duros momentos que vivió cuando empezaba a entrenar, pero fuera de eso, tenía la certeza que hablaba porque sabía. Tiene una historia que contar sobre ella y el fútbol. Si eso no es suficiente, es jugadora profesional y, si eso tampoco basta, tiene un título que acredita que de deporte sabe y de fútbol conoce.
Futbolista y madre
Repentinamente, unos murmullos provenientes de fuera de su casa se acercaban cada vez más a ella. Nos pidió que la esperara un momento y noté que se trataba de alguien importante. Eran sus hijos que regresaban a la hora de siempre del colegio. Todo sucedía frente a una cámara. Eso no impidió que se saludarán afectuosamente. En los besos que les daba a Ariana y Rafael se sentía el amor que le ocasionaba ese par.
Les explicó que se encontraba haciendo una entrevista y les pidió que la esperen unos minutos. Entonces, todo otro aspecto de su vida pasó a segundo plano y, ahora, Cote nos contaba que siempre supo que quería ser mamá.
Con la determinación que la caracteriza, lo intentó, pero en ella crecía un miedo: la posibilidad de alejarse del fútbol. Dave, su esposo, era el encargado de tranquilizarla. Le explicaba que tan solo dejaría de jugar mientras estuviera embarazada, pero luego podría volver con normalidad a las canchas; sin embargo, ella necesitaba certezas.
Así, acudió a un chequeo médico. Ahí, el doctor le dejó en claro que estar embarazada no era sinónimo de estar enferma. Además, le dijo que ella no era ninguna inexperta porque su cuerpo hacía fútbol todo el día y que, llegado el momento, su cuerpo le iba a pedir que pare.
La mayor preocupación de su esposo y de su mamá era que pudiera lastimarse jugando; sin embargo, el médico le explicó que las probabilidades de que reciba un pelotazo en el vientre y de que ruede por las escaleras eran las mismas. Todo era cuestión de suerte.
Primero, llegó Ariana. Su embarazo fue tranquilo y no se notaba. De hecho, en lugar de parecer embarazada, la gente pensaba que había engordado lo que le ayudó a mantener a su pequeña en secreto. Cote sabía que sus amigas no iban a querer jugar con ella si se enteraban de su embarazo porque lo consideraban peligroso. Así, hizo fútbol hasta los 7 meses, pero no se detuvo porque su cuerpo se lo pidiera, sino porque le contó de su bebé a una amiga y le recomendó que descansara.
Pero, en realidad, no descansó. Fueron 2 meses en los que cambió el balón por el silbato. Como no podía jugar, se puso a dirigir. Por eso, siente que Ariana tiene una conexión especial con el fútbol y cuando su bebita nació la llevaba a todo partido que pudiera.
Con Rafael la historia fue diferente. A las 8 semanas, un pequeño sangrado puso en peligro su embarazo y debía descansar por el bien de su bebé. Y así lo hizo.
Relata que, tras dos años de encierro, Ariana volvió al colegio. Ahí, les comentaba a sus compañeritos que su mamá era futbolista. Los niños no le creían porque ella mencionaba a su mamá y su mamá era mujer. Han pasado años desde que Cote salió de aquel círculo que subestimaba su talento en base a su género, pero la sociedad sigue criando niños que juegan con carritos y niñas que juegan con cocinas.
La sociedad, pero Cote no. Ha enfocado su trabajo de madre a enseñarles a sus hijos que pueden ser lo que quieran ser, pero no lo ha hecho solo con palabras, sino con hechos.
Ariana y Rafael saben quién es su madre. Ellos no ignoran que Cote Parró es profesora de educación física, entrenadora y futbolista. Su hija, de hecho, toca balón desde muy pequeña. Cuando lo cuenta, se emociona.
Al consultar por un modelo de futbolista, responde que Alex Morgan es su ejemplo a seguir. Como la americana, Cote lleva a Ariana a todos lados. “Tenemos la misma historia, solo que la mía es menos conocida”, dice sobre Morgan.
La relación de su hija con el deporte es muy fuerte y eso la hace feliz. Alguna vez comentó para otro medio que cuando Ariana tenía tan solo 3 años y, tal como a ella alguna vez le tocó, su hija ya jugaba fútbol con niñas mayores.
Sin embargo, lo mejor que podía escuchar era un “mami metí goles” de su pequeña. No solo se emocionaba porque su hija seguía sus pasos, sino porque sabía que estaba siguiendo el camino correcto: el del fútbol.
Ya casi se cumplen los 30 minutos que Cote separó hoy para nosotros. Con sus hijos esperándola en la otra habitación, se despide, no sin antes rematar con que “se puede ser futbolista y mamá”.
La reunión virtual ha terminado. Ella, de seguro, se sentó a comer con Ariana, Rafael y Dave. Quizás, ya tenía planeada una pichanga para la noche y vestirá alguno de los buzos que su papá le sugirió que no usara.
En la cancha, podría encontrar un sujeto como aquel que le grito “machona” hace algunos años o a personas que, con desconfianza, miren su juego. De todas maneras, no tendría que probarles nada porque ya todo se lo ha probado ella. Incluso, el pasado 8 de mayo utilizó su Instagram para dedicarle unas palabras a aquella niña que solía llorar porque los varoncitos no jugaban con ella: “La hiciste”.
Es imposible saber si algún hombre podría jugar fútbol con 7 meses de embarazo, pero sabemos que una mujer sí pudo y se llama Cote Parró.
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