Por Milovan Byrne
“La felicidad consiste en la pérdida de la conciencia. Los estados de éxtasis que producen el amor, la religión, el arte, al desligarnos de nuestra propia conciencia reflexiva, nos aproxima a la felicidad absoluta”. Dicha frase de Julio Ramón Ribeyro escrita con puño y letra el 1 de Abril de 1954 en su diario más personal, reconvertido posteriormente en el libro “La tentación del fracaso” permite reflexionar sobre el verdadero significado de la felicidad. ¿Qué es para nosotros la felicidad?
Según Carl Jung “la felicidad requiere que seamos capaces de mirar primero en nuestro interior. Solo cuando despertamos, solo cuando hacemos consciente lo inconsciente y dejamos atrás las sombras, nos sentimos libres para alcanzar aquello que nos hace felices.”. Ejemplificando: cuando el hombre evita expresar sus sentimientos sobre su gusto por una chica, pero al final lo termina aceptando y decide actuar en base a esto. Inconsciencia. Transparencia. Actitud. 3 claves para entender la felicidad. Y sí, no cuestionaría a uno de los referentes de la corriente humanista, a no ser que el tema vaya algo más allá de la consciencia de esas claves para vivir una vida plena. El pensamiento Jungiano, fundamentalmente válido, tal vez no puede aplicarse a ciertas vivencias humanas, en las que se da lo que yo llamaría el síndrome de la Qatarsis.
Si nos vamos a Google y buscamos en la página de la RAE el significado de la palabra síndrome, leemos que es “Conjunto de síntomas característicos de una enfermedad o un estado determinado”. Si nos ponemos a analizar nuestra personalidad, confieso padecer del síndrome de la Qatarsis. Una enfermedad que cada 4 años hace poner alarmas a temprana hora para levantarse a ver los partidos. Una manía que se toma como excusa importante para posponer reuniones, trabajos o hábitos diarios para no perdernos de una jugada que probablemente no se verá jamás. Un entusiasmo en hacer planes con amigos para debatir acaloradamente sobre los partidos. Un éxtasis placentero al gritar los goles de otro país que no sea el tuyo. Un escalofrío al ver el impacto de la pelota en la madera metálica sabiendo que pudo ser un golazo. Una agonía lenta en los tiempos suplementarios. Una agonía intensa al ver los penales y a jugar a las adivinanzas sobre a qué lado del arco pateará. Una fragilidad emocional al ver perder a tu selección o tu jugador favorito la posibilidad de ganar la Copa del Mundo. Y lo más importante de todo: Una sensación áspera cuando termina el torneo y sabes que tendrás que esperar 4 años para volver a presenciar un Mundial. Si reúnes todos esos síntomas entonces eres de los míos. Bienvenidos al síndrome de Qatarsis. Un síndrome solo para incomprendidos.
¿Es que acaso soy el único emocionado? Este Mundial ha sido diseñado para ser el más especial y equilibrado de todos. Se viene el último Mundial de dos jugadores que han liderado el fútbol internacional por 15 años de manera ininterrumpida (Y los dos teniendo buenos equipos colectivos). Un campeón que llegaría a acabar con la maldición de que el campeón se queda en la primera ronda desde hace más de una década y que viene fortalecido, contando en su plantel con el actual ganador del Balón de Oro. Una “verdeamarelha” que a paso de samba buscará hacer el carnaval a través de su característico “jogo bonito”. Una Bélgica que irá con el mejor volante del Mundo en la actualidad y que con la ayuda de su delantero estrella buscará dar un golpe sobre la mesa. Un país monárquico que querrá sacarse la espina del subcampeonato de la Eurocopa pasada. Una selección “charrúa” que combinando juventud y experiencia intentará encontrar el punto de equilibrio para sobrellevar el torneo. Y eso solo son los candidatos en la previa sin contar las sorpresas que pueden aparecer. Porque si tuviera que mencionar una característica principal que hace tan especial a esta competición es la incompatibilidad y excepcionalidad de resultados que nosotros como aficionados comentamos acerca de los posibles ganadores del Mundial y que al final no terminen pasando la primera fase. Nos meten un cachetazo, de esos que duelen y te voltean la cara.
Sin embargo, esta felicidad no puede ser completa por el presunto atentado contra los derechos humanos que se ha presentado en este Mundial en particular. Sabemos que los estadios de fútbol y construcciones relacionadas con el Mundial contaron con el trabajo de aquellos obreros fallecidos en el esfuerzo de lograr las edificaciones personas para poder disfrutar del mejor Mundial posible, pero también sabíamos las intenciones de Qatar y FIFA de realizar un Mundial. Y eso viene desde principios de este siglo. Porque, claro, todos preguntamos ¿y los máximos responsables del fútbol? ¿y los representantes políticos?. Toda esa crítica se centra y origina en actos políticos, lavado de dinero y corrupción que se han generado entre Qatar y FIFA para este Mundial. En consecuencia, el precio a pagar ha sido el más alto: la pérdida de vidas humanas. Cuando los futbolistas pisen el césped, podrán recordar que debajo del gramado verde del campo de juego se encontraron miles de personas esclavizados que murieron por sistemas laborales inconcebibles para construir el Mundial “soñado” (Y también el más caro de todos). Y lo peor de eso es que tratan de “maquillarlo” con el mismo objetivo con el que consiguieron el Mundial: dinero, dinero y más dinero. Los hinchas falsos (pakistaníes pagados para alentar a las diferentes selecciones), la falta de hoteles para los turistas y el calendario ajustado para los jugadores, liberándolos, faltando solo una semana antes del inicio del Mundial. Todo ello solo permite pensar que esta organización previa al Mundial es de las peores que ha habido en todas las ediciones pasadas.
Pese a lo lamentable de los acontecimientos previos a la competición, mi cabeza se centra en la esencia del fútbol que viviremos durante 64 partidos y vuelvo a recordar momentos a lo largo de mi corta vida, durante mi niñez y adolescencia. Cómo no acordarme de mi hinchaje por la España del Tiki-Taka del 2010 que acabó con un triunfo épico y yo sufriendo el partido en la casa de mi abuela con el corazón a mil por hora al ver campeón a 2 de mis 3 referentes del fútbol (Xavi e Iniesta). Cómo olvidarme del hinchaje por Argentina en Brasil 2014. Cada partido era un verdadero reto, pero el más importante y el último escollo no lo pasaron. Con el gol de Gotze apague la televisión por la frustración de no ver a Messi levantando la Copa en el Maracaná. Y para cerrar con broche de oro, cómo no recordar aquel Mundial de Rusia 2018 donde tuvimos el privilegio de alentar a la “blanquirroja” en los 3 partidos del Mundial. Y ver llorar a muchos de mis amigos cuando Carrillo metió el primer gol de Perú en los Mundiales desde el Mundial de España 1982. En consecuencia, todas estas vivencias solo me adentran en la increíble conclusión que hemos sacado. Por motivos que no tienen vínculo con alguna obligación, nunca hemos sido testigo de vivir un Mundial como espectadores. ¿Cómo así? Porque así no haya clasificado nuestro país siempre nos hemos reconvertido en hinchas de alguna otra selección. Algo que hace que personas de otras nacionalidades se pueden juntar por el simple hecho de que buscan algo en común: Apoyar a su selección favorita. En efecto, si tuviera que responder mi cólera por la falta de derechos humanos en Qatar ¿Por qué debería de influir el sentimiento por la muerte de los trabajadores de Qatar 2022 para no ver el Mundial? El raciocinio nos invita a saber que el Mundial es algo mucho más grande que una competición de fútbol. Es simple. El Mundial, no solo une pasiones. Une al Mundo. Genera esa unidad colectiva que a veces tanto nos hace falta. Con esto no quiero decir que esta decisión no es una obligación de mi parte para que todos vean el mundial, pero mi razón me dicta que este magno evento, celebrado cada 4 años, no puede dejar de ser una oportunidad para seguir generando felicidad y alegría. Aunque, sea imposible de olvidar esa mancha negra llamada muerte, esclavitud y opresión. Cuando hayan leído estas líneas seguramente el Mundial ya habrá comenzado, pero para este joven redactor, solo espero que la ilusión que siempre tienen sobre el Mundial no decaiga. Esa ilusión de regresar a mi casa y darme cuenta que el mundo circula más lento de lo normal. Que nunca se acabe esta noche. Que nunca se acabe esta Qatarsis. Nunca.
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