Por Gonzalo La Torre
Desde niño, uno sueña con finales felices. Queremos creer que las distintas historias con las que interactuamos durante nuestra vida tendrán un desenlace alegre, o al menos poco trágico. Los universos cinematográficos influyen en esa construcción, donde el Starsystem va marcando nuestra perspectiva, aunque la realidad suele ser opuesta la mayor parte del tiempo.
El deporte, en particular, tiene el potencial de hacernos soñar. Nos hace creer que somos capaces de superar nuestros límites y que, en realidad, depende de uno mismo lo que se consiga o no en el plano de las metas. Nos malacostumbra siempre, como si las excepciones fueran comunes y las hazañas pan de cada día. «La rutina de lo extraordinario» dicen algunos embriagados de optimismo. Afortunadamente, en el panorama desalentador de división y conflicto mundial podemos encontrar refugios en la quimera de la disciplina física.
El fútbol, la pelotita, se ha ganado a pulso un lugar especial en la memoria colectiva social. Por algo es llamado el deporte rey, no sólo por la pertenencia que genera en sus hinchas, sino por las repercusiones que tiene a nivel económico. Hoy más que nunca es un grandísimo negocio, cada vez más lejano del espíritu de juego e igualdad que tuvo en su concepción.
Pero a veces dentro del mundo fútbol nacen historias dignas de un largometraje, o de un libro. La vida de Lionel Messi es una de ellas.
Un chico que salió de su patria muy pequeño (en todo el sentido de la palabra) en búsqueda de conseguir un sueño. Un hombre que dejó a la Argentina físicamente, pero que la llevó en el corazón siempre, pues pudo haber decidido representar a esa nueva patria, la que sí le dio el apoyo necesario para explotar su talento, y nadie podría haberle recriminado nada. Un hombre que dejó de temerle a las agujas a trancazos. Un hombre que rompió récords por donde paseó su juego. Un hombre que estuvo dispuesto a sacrificar todo por hacerse grande, cueste lo que cueste. Un hombre que perdió, perdió y perdió pero no claudicó hasta que logró regalarle una alegría a todo su país.
Porque, ¿Qué cambiaba si Messi no lograba un título mundial? ¿Es que acaso su carrera sería menos excepcional? Sería muy injusto afirmar algo así.
Jugadores magníficos hubo siempre. Algunos de ellos: Pelé en los 70; Maradona en los 80-90; Zidane en los 00′ y así podemos seguir según los gustos de todos. La comparativa es un absurdo: disfrutemos esta vez de lo que nos tocó vivir. Si es que al Diego, por ejemplo, se le aprecia por el capital simbólico que es inherente a su participación mundial, sepamos apreciar entonces la vida de un hombre que dejó todo para hacernos felices, al menos por unos instantes. Más allá de lo que nos mostró Leo dentro de una cancha (que ya es mucho decir) quedémonos con lo que connota su carrera: Los sueños, quizá, no están tan lejos como se cree a veces. El esfuerzo y el trabajo duro dan resultados.
Sepamos apreciar también la figura de Messi que ya está jugando el tiempo suplementario. Sería fatalista pensar que no vendrán otros jugadores de élite, y de hecho hay algunas promesas que ya se han hecho realidad, pero cada persona es única y no hay por qué buscar comparaciones.
Como una buena pintura, escultura o canción, agudicemos la sensibilidad para disfrutar del momento antes de que se termine.
Carlos La Torre Saldaña dice
Queda muy poco por no decir nada que agregar a ésta alocución expresada de manera categórica y contundente por parte del comentarista deportivo en función.
Muy agrdecido y totalmente en acuerdo pleno de las opniones vertidas en esta columna, al mismo tiempo felicitar al periodista que tuvo la capacidad de plasmar en letras el sentir de mucha gente amante decedre vello deporte…Felicidades sobrino!
Daniel Tello dice
Gonzalo, excelente tu comentario, preciso en todo lo que dices, te felicito ahijado, un abrazo