Por Camila Bonetto
Era 1974 y con la eliminación de Argentina como una de las posibles ganadoras a la
Copa Mundial de Alemania, la Asociación de Fútbol del país asador (AFA) puso sus
esperanzas en un nuevo director técnico a quien le brindaron la confianza suficiente
para seleccionar, entrenar y consagrar a los que serían posteriormente, campeones
del mundo.
César Luis Menotti fue para la Argentina mucho más que un técnico. “El flaco” fue
un maestro. De él aprendieron los jugadores que tuvieron el honor de conformar su
equipo, y también todos los que conformaban un país que se vió revolucionado por
la idea futbolística que supo compartir. Un país futbolístico por excelencia, supo
fantasear y admirar el deporte con ojos nuevos que traían una mirada diferente. Un
punto de vista desconocido que tenía hambre de victoria, hambre de ganar un
mundial.
Con una situación previa conflictiva en la que parte del país pedía la dirección
técnica de Juan Carlos Lorenzo, quien había conseguido grandes triunfos en sus
pasos por San Lorenzo de Almagro y Boca Juniors, “el flaco” con sus experiencias
dirigiendo Newells Old Boys y Huracán supo callar todos los pedidos de la hinchada
demostrando la magia que solo él podía impartir en los jugadores de la Selección.
Si bien se trata de un dirigente con una visión distinta y centrada del fútbol, también
debemos considerar lo tajante que fue con respecto a todas las decisiones que tomó.
En este sentido, desde su llegada al comando nacional, Menotti supo dejar en claro
que la Selección debía de ser la prioridad total del fútbol nacional para que él tome el
mando. Con esta condición de por medio, César supo trasladar la misma idea a los
jugadores a los que consideró para su equipo, a quienes exigía el mismo grado de
compromiso y responsabilidad, no solo en la cancha, sino también fuera, cuidando
su conducta y su disciplina deportiva.
Dejando en espera al joven Diego Armando Maradona que en su momento tenía un
gran éxito en Argentinos Juniors, y aceptando todas las críticas del público
argentino, Menotti decidió reservarlo y superar la polémica que había despertado su
convocatoria a Mario Kempes en su lugar, quien culminó consagrándose como líder,
figura y goleador llevando a los argentinos la copa del mundo.
Conformando un equipo de representantes experimentados como Ubaldo Fillol y
Daniel Passarella, el técnico demostró que sabía con claridad lo que estaba
buscando hacer en ese mundial, defendiéndose de las críticas argumentando que
“quien no sabe lo que busca nunca podrá encontrar nada”.
Si bien muchos no estaban a favor de su decisión dejando de lado a quien
posteriormente sería el gran Dios del fútbol, las decisiones del técnico tenían un
motivo y ese era el primer Campeonato Mundial Juvenil de la FIFA en Japón, para el
cual un año después del famoso mundial del 78, Menotti convocó a Diego y lo
condujo de la mano a la final que le daría su primera victoria nacional.
Con filosofías que no solo se aplicaban a la cancha sino también a la vida, “el flaco”
generó en sus jugadores las ideas necesarias para conseguir los triunfos, pero estos
fueron posibles gracias al gran convencimiento que sembró en ellos. A partir de sus
ideas, como DT, César buscó que sus jugadores se sientan realmente comprometidos
con el objetivo de que ante la adversidad, no lleguen a traicionar el objetivo inicial.
Si bien las críticas a él no venían únicamente de los jugadores que convocaba sino
también de las estrategias, en las que utilizando la trampa del fuera de juego llegó a
tener muchos dolores de cabeza por las críticas de la hinchada, Menotti no tenía
siquiera necesidad de hablar para excusarse, porque su única respuesta estaba en los
resultados exitosos de la Selección. Jugadores entrenados para priorizar el ataque,
un buen mediocampo y delanteros con habilidades natas para conducir la victoria,
fueron algunas de las claves del técnico para desenvolverse en las canchas del
Mundial.
Estrategias, planteamientos y formas diferentes de ver el juego y todo lo que sucedía
en la cancha. Menotti no fue un técnico cualquiera, porque él generó una revolución.
Una situación que la hinchada y el público argentino no entendía e incluso criticaba,
pero que con el convencimiento y la seguridad que él cargaba supo dar sus frutos en
el camino a la Copa en la que Argentina supo campeonar en 1978.
Con una serie de adversidades previas con Brasil, Argentina se situó en la final
contra Países Bajos coronando su victoria con tres goles en el arco rival que
vencieron el único grito del público holandés en el minuto 82. “El gol debe ser un
pase a la red” fue una de las frases más aplaudidas y reconocidas dentro de la
historia del técnico que supo darle a la Argentina la alegría, el honor y la felicidad de
llevar a casa la primera copa del mundo. La copa que reflejaba el hambre de victoria
de toda una nación que vivía por el fútbol y que daba la esperanza, la emoción y el
anhelo que le permitiría al país ir en búsqueda de nuevas victorias.
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