Por Martín González
Qué complicada se torna la discusión cuando es el tiempo quien toma protagonismo. Todos lo percibimos diferente. Incluso nosotros mismos. Cada etapa de nuestra vida es marcada por algo en concreto, algo que nos hubiese gustado que durase por el resto de nuestra existencia, o en efecto, que se pase lo más pronto posible. ¡Qué complejos somos los mortales! ¡Los humanos! Qué momento para hablar de humanidad. Pero, nuestro mundo, que pareciese haberse vuelto loco, hoy conmemora un hecho histórico. Hablamos de humanidad, sí, pero quien tomará la posta de este relato confundió al mundo entero con este concepto. Cada fin de semana, millones lo llaman extraterrestre. Lo creen un ser superior. Le rinden plegarias como si de la segunda venida del hijo de Dios se tratara. Ha desatado algarabía en el mundo entero. Sin embargo, y sin temor a equivocarme, es el más humano de todos.
Vayamos en orden. Como soy periodista me pedirán objetividad. Como me gusta el fútbol me pedirán la famosa estadística. Aquí voy: Un día como hoy, hace un mes, Argentina se coronaba como el flamante campeón del mundo después de 36 años y sumaba su tercera estrella. Un mes. 31 días. 744 horas…
Esto definitivamente no va conmigo.
Vamos de nuevo con la relatividad del tiempo. Un mes. Para un “pibito”, un mes significa el inicio de su desarrollo motriz. Para el que aguarda paciente la llegada de la muerte; un paso más hacia lo inevitable. Un día menos para estar con los que ama. Para los que se encuentran en duelo; la llegada de la aceptación, mientras la negación e ira van quedando atrás consolada por la resignación. Para Gonzalo Higuaín en 2014; una noche más sin dormir tras errar aquel mano a mano ante Manuel Neuer. Para todos los argentinos desde el 18 de diciembre; el inicio de una nueva vida, en donde lo material pasa a segundo plano. Una vida en donde la crisis económica y política no es lo primero que embarga sus mentes, y recuerdan la hazaña de los suyos a miles de kilómetros de casa con el rostro cubierto por lágrimas que caen sin cesar.
Quizás fue el tiempo y la manera en la que este fue llevado y aprovechado por Lionel Scaloni, la clave para conseguir la presea máxima en la carrera de todo futbolista. Aquí empieza a cobrar importancia la figura de Lionel Messi. Por el amor de Dios, Messi. Hablar de Messi es tan extenso como si se tratara de un descubrimiento. Siempre hay algo nuevo. Si vamos a relacionar a Messi con una deidad, sólo me queda decir que Dios estuvo de buen humor cuando lo mandó a un mundo como este. Mundo en donde el talento sólo es apreciado cuando trae algo material consigo. ¿Acaso es humano cargar con la presión que este lleva sobre los hombros en cada jornada futbolística? ¿Acaso es humano ser comparado de pies a cabeza con quien en antaño fue comparado con el mismo Dios? ¿Acaso es sano hacer todo esto sin haber visitado nunca un psicólogo? (Confirmado por él mismo).
Quizás es esto lo que lo diferencia de nosotros, y no es sólo su peculiaridad con la cual esquivas rivales como si fueran conos de entrenamiento, o los autos estacionados en un suburbio de la ciudad. Y todo esto aun encontrándose más cerca del retiro que de su plenitud física.
Acá coincidiremos todos. Hubo un punto de inflexión en la carrera de Messi y de toda esta generación campeona: La Copa América de 2021.
Los protocolos de salubridad eran como permanecer en cautiverio. La selección albiceleste tuvo que pasar 45 días aislada del mundo exterior. El mundo, sus virtudes y desgracias se seguían desarrollando, mientras ellos se preparaban para romper una sequía de 28 años sin título alguno. Las relaciones interpersonales se desarrollaron como nunca, y según palabras del propio capitán, Messi, se armó un grupo hermoso.
Antes de hacer historia aquel 10 de Julio, las palabras del rosarino calaron hondo en el corazón de cada argentino. Emiliano Martínez, por ejemplo, no había podido asistir al nacimiento de su hija. Acuérdense su nombre, porque sin él nada de esto habría sucedido, y este texto no llegaría a cada uno de ustedes.
Una vez más el tiempo y su afán de protagonismo en mi texto. Luego de la obtención del título continental, la espera para trasladar el éxito a nivel mundial se hizo interminable. Irónicamente esto fue denominado de muchas maneras: Soberbia, exceso de confianza, etc. Pero algo había quedado claro. En aquella conquista, dicha selección no sólo había conseguido un título más. Habían conformado un grupo tan unido que era comparable a una familia. Quizás la primera que había encontrado Messi en sus 16 años vistiendo la camiseta por la que luchó tanto. Messi había conseguido relanzar su carrera. Por fin la espera se había terminado y su éxito no era exclusivo en la ciudad condal.
Los meses pasaron y la expectativa era cada vez mayor. La primera prueba de fuego llegó, y ante los ojos del mundo, Argentina caía derrotada ante Arabia Saudita. En alguna tertulia se analizará si aquel resultado ingresa en alguna lista ficticia e intangible de los resultados más sorpresivos en un mundial. Pero, una vez más, todos los frentes mediáticos apuntaban a una sola persona, y era quien llevaba la cinta. Aquel que no aparecía en los momentos importantes, al menos para sus detractores, tomaba la palabra y pedía calma, prometiendo que su grupo no los dejaría tirados.
Aquel día Argentina no sólo perdió su invicto, sino que el paraíso se llenó de incertidumbre. Costó levantarse. Costó mucho. Pero si alguien conoce dicho término, es quien lleva la 10 en la espalda.
Contra México, y después de mucho tiempo, Argentina llegaba con más dudas que certezas, mientras que el “Tri” tenía una sola consigna: No perder.
El reloj también jugó su partido. La desesperación parecía apoderarse de los futbolistas y la imprecisión afloraba. Las redes sociales estallaban. Estaban a minutos de complicar su clasificación. Cómo hace 20 años. Tenía que aparecer él. Aquel que no puede ni debe sentir miedo en los momentos difíciles. Ángel Di María logró ubicar a Messi. Por primera vez en 64 minutos este recibió un balón en donde tanto le gusta. La denominada zona Messi. Controla con la zurda, levanta la cabeza y dispara. Como pidiendo permiso, el balón se coló por el lateral de la red. El estadio estalló. Sabían que eso era todo lo que necesitaban. Lo necesitaban más que nunca. Necesitaban alguien que tome la posta e ilumine el camino que se había tornado oscuro y frío.
Pablo Aimar, ídolo de Messi, se tapaba la cara. Sus ojos lucían húmedos. Estaba lleno de bronca. De rabia. Después de tanto camino, estuvieron tan cerca de quedar afuera.
Messi había hecho el gol. Messi aparecía en las portadas de los diarios, miniaturas de videos y tik toks. Pero, era el colectivo del equipo aquello que les permitía seguir en pie de batalla. La irrupción de futbolistas como Enzo Fernández, Alexis Mac Allister y Julián Álvarez en el momento preciso era cómo oxígeno para el equipo de Scaloni.
Esta parte de la historia es muy conmovedora. Tanto Enzo Fernández como Julián Álvarez, con 21 y 22 años respectivamente, habían desarrollado sus primeros pasos como futbolistas teniendo a Messi como ejemplo. Lo vieron triunfar. Lo vieron caer. Lo vieron caer muchas veces. Incluso cuando intentó abandonar su sueño.
Hoy por hoy, hagan lo que hagan aquellos jóvenes futbolistas, dará que hablar. Será motivo de largas coberturas periodísticas. Pero en el ya lejano 2016 el panorama era distinto. Ambos dedicaban párrafos enteros en sus redes sociales para pedirle a Messi que reconsiderara su decisión acerca de abandonar el equipo. ¿Quién diría que 8 años después serían fundamentales para que este logre su cometido?
Se habló mucho en los días previos a la final. “¿Será que Messi por fin tocará el cielo con las manos? ¿Volverá a fracasar en el intento? ¡Nunca anotó con Argentina en una final! ¡Sus goles son de penal! ¿Arrancará Di Maria, el hombre de las finales? ¿Scaloni pondrá 3 o 4 volantes? ¡Todas las finales que Argentina jugó con la camiseta albiceleste las ganó! ¡Mbappe, quítale el mundial a Messi!”
Di María, el héroe de la última final, estuvo intratable. Se jugaba la final del mundo, pero él se divertía en el campo. Él estaba en otras. Él estaba en su barrio en Rosario. En una de sus internadas fue derrumbado en el área. Polémico o no, Messi tomó el balón. Cómo en todos los penales desde que porta la camiseta de su país. En el cronómetro pasaron 2 minutos. ¿Qué habrá pasado por la cabeza de Messi en aquellos segundos? ¿Habrá pensado en su abuela? ¿En cómo salió de Barcelona? ¿En su complicado primer año en el PSG? ¿En sus hijos que lo veían en el estadio? Sea cual sea, debía anotar ese penal.
Se toma la cabeza. Resopla. Da un par de pasos mirando fijamente a Lloris. Espera que este se mueva y con delicadeza la introduce en el lado izquierda del arco. Los comentaristas gritan con efusividad. ¡Messi había anotado en la final! ¡Argentina estaba saliendo campeón del mundo!
El espectáculo futbolístico que propuso Argentina era fenomenal. ¡Eran tan sudamericanos! Pisaban la pelota, abrían el campo, iban a los espacios. Era todo perfecto, y en pocos minutos una contra de manual culminó con el segundo gol albiceleste. ¿Quién más? Ángel Di María volvía a anotar en una final. El estadio reventaba en júbilo. Todo era perfecto. Pero hablamos de fútbol. Y tan pronto cómo se ilusionó el pueblo argentino, el panorama volvió a ser sombrío.
El reloj marcaba el minuto 78. Los primeros oles comenzaban a resonar en el estadio de Lusail. Francia robó el balón. Recuerden este nombre: Kolo Muani. El delantero recibió un balón largo de Mbappé, y galopando como un caballo fue a muerte por la circunferencia. Fue derribado por Otamendi. El árbitro pitó la pena máxima. Mbappé se paró frente al balón y pidiendo permiso, el balón ingreso al arco del Dibu.
El miedo se empezó a sentir. Por un momento los corazones comenzaron a latir más rápido. Antes de que hubiese reacción, el compañero de Messi, quien se había ganado la antipatía del pueblo argentino desde que fue el artífice de su eliminación en el mundial previo, conectó una pared con Marcus Thuram, y en primera intención decretaba el empate.
Todo se había derrumbado.
Fueron momentos de confusión. Aparecieron fantasmas. El tiempo, una vez más y su afán de protagonismo. ¿Cómo se habrá sentido para las 60 mil almas presentes en el estadio? ¡Que sufrimiento! Todo lo que genera este deporte.
En la vida, cómo en el fútbol, son ciertos detalles los que definen nuestro futuro. Una buena o mala decisión, una tardanza, una pregunta, un mal movimiento, una noche de pasión. En el mundial fue más de lo mismo. Por unos cuantos milímetros Lautaro Martínez recibió el balón en posición permitida, y soltó un latigazo difícil de contener para Lloris. La pelota rebotó. Parecía que se iba. Pero allí estaba él. Dando un salto con la pierna menos hábil logró conectar. Messi anotaba el gol del mundial. Él nunca dudó de la legitimidad de este. Los comentaristas se abrazaban a llorar. El mundo no lo podía creer. Rodrigo de Paul y Di María, ya en el banco de suplentes, se tomaban la cara. No dejaban de llorar. Parecían juveniles luego del primer llamado a la selección mayor. Era una imagen enternecedora.
Parecía un final escrito por una mano inteligente. Pero no fue así. Un nuevo penal en el área argentina fue transformado una vez más por Mbappé. Lo que jugó este muchacho. Lo dio absolutamente todo, y hasta ese momento, era un antagonista digno de un largometraje. El compañero de equipo, el resistido de la afición sudamericana por ciertos comportamientos, no permitía cumplir el sueño de Lionel. El sueño de 45 millones de argentinos.
Les dije que recuerden este nombre. Cuando una nueva definición por penales asomaba, el mundo se paró por algunos segundos. Kolo Muani recibió un balón largo, y sorpresivamente se encontraba mano a mano con el portero argentino. No había nada más. Tenía el título mundial en sus pies. Este no lo pensó dos veces, y soltó un latigazo con el borde externo de su diestra al palo del portero. Martínez, quien incluso tuvo que charlar con su psicólogo debido a la gran cantidad de goles que recibió, era lo único que se interponía con un nuevo fracaso argentino.
Lo miró fijamente. Jamás le quitó los ojos de encima y en el mismo instante del remate, sale cual araña buscando desviar el remate. Estira la pierna izquierda y consigue bloquear el tiro, y con ello un trauma que no iba a sanar nunca.
El campeón se iba a definir en la tanda de penales.
Mbappé, infalible como toda la noche a partir del minuto 78. Era el turno de Messi. Una vez más se encontraba en una definición por penales que determinaba un título. Esta vez, el más importante de todos. Debía patear el primero. El que pesa más. Cómo aquella vez ante Chile. El amargo recuerdo de aquella tarde se colaba cómo un pensamiento negativo en los espectadores.
¿Saben qué? Quizás Messi sí es un pecho frío. Con una frialdad inhumana anotó su penal. Por un momento parecía que Lloris podía acariciar el balón, pero no fue así.
Camavinga falló. El Dibu una vez más protagonista. Cómo contra Colombia hace un año. Cómo contra Países Bajos.
Dybala y Paredes hicieron su tarea. El posterior fallo de Tchouaméni permitía que todo se decidiese en el remate de Gonzalo Montiel.
La transmisión va con el ex futbolista de River Plate de Gallardo. Equipo que tanto le brindó a la selección. Pero abrazado con sus compañeros estaba la cabeza de esta magnífica campaña. Lautaro Martínez y Nicolás Otamendi lo abrazan.
Messi mira el cielo. “Puede ser hoy abu”. Aún en el pináculo de su carrera recuerda a su abuela Celia. La persona que lo llevó a su primer club, Grandoli cuando tenía tan solo 4 años. Aquella mujer de cabellera marrón que partió de este mundo en 1998, víctima del alzheimer. Nunca vio a Messi brillar con su país, ni si quiera en Barcelona. Pero, su nieto, el más grande de todos, anotó más de 700 goles a su nombre. Siempre mirando al cielo. Siempre acordándose de ella.
“Somos todos Montiel. ¡Gonzalo vamos! Montiel al arco… ¡GOL! Argentina campeón del mundo. Argentina campeón del mundo. Somos todos Montiel. En ese suelo argentino. El de Kempes, el de Di Stéfano, el de Maradona, el de Montiel, el de Messi. Somos campeones del mundo. Lágrimas eternas. Se terminó.”
La espera por fin había terminado. La conquista de Argentina será recordada por el resto de la eternidad. A partir de ese momento, el tiempo hará de esta conquista cada vez más épica. Ha pasado un mes. En algún momento se cumplirán 100 años. Vendrán muchos después. Muchos crecerán con esta historia y esta jamás se irá. Donde uno o más recuerden el mundial de Catar 2022 estará presente uno de los 26 campeones.
Serán eternos, campeones del mundo.
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