Por Janeth Dax Canchari Reyes
Son las 4:32 de la tarde del domingo 18 de abril y para que comience la final Senior del Campeonato Panamericano y de Oceanía que van a disputar los judokas faltan 37 minutos y 50 segundos. Eso me decía la pantalla frente a los jurados, eso ojeaban los organizadores mientras corrían de un lado a otro. Sin embargo, el nuestro, el de los periodistas, acaba de empezar: rodeo el tatami, subo hasta lo más alto de las gradas y comienzo a tomar fotos. Son 700 judokas desde 25 países a los que la pasión por el judo los arrastró en buses y aviones desde el otro lado del mundo a la Villa Deportiva Nacional (VIDENA) en el distrito de San Luis, a uno de esos lugares en donde el Covid-19 azotó a sus deportistas y obligó a que se abandone el complejo. La reactivación del sector y suma de puntos en el ranking para los próximos eventos internacionales hizo que adecuaran sus medidas sanitarias y se hicieran respetar, aún más, nuestros compatriotas que se disputan las medallas de bronce y oro.
¿Qué es el judo? Para quien se haya tomado el tiempo de googlearlo se encontrará con una descripción muy técnica, pero para los amantes de las artes marciales, para quien, como yo, desde niños se han involucrado en esta rama del deporte, es la rapidez del pensamiento. La fuerza e impulso utilizada para derribar e inmovilizar al cuerpo del contrincante es una serie de posiciones tan veloz que el ojo humano no logra captar todas, y es tan impredecible, tan “que gane el mejor primer movimiento”, que no extraña que se estén llenando las tribunas.
—Sutemi-Waza, movimiento de caderas —dijo Dahira a Sergio, quien estaba boca arriba sobre su espalda tratando de zafarse inútilmente mientras su colega, periodista, seguía explicando los movimientos en el judo—. No importa tu tamaño, todo es cuestión de levantar con tu cadera el otro cuerpo fijándote que tu centro esté más abajo que el del otro.
Ambos, con 23 años, habían estado discutiendo las reglas y técnicas del judo en la puerta uno de la Videna. Venían un polo azul donde se leía sobre sus espaldas “Judo Perú” en blanco con la «P» de rojo, y colgaba de sus cuellos su credencial amarillo junto a un pequeño envase de alcohol.
Olía a frío y nervios. Sentada en lo más alto de la tribuna D, directamente frente al campo de batalla, pude confirmar que el blanco de las paredes y techo funcionaba de vacío, un neutral color amigable perfecto para que resalten los colores del centro de batalla. Los judokas salían de una carpa cuadrada desde la derecha, estos saltaban calentándose, bajo el nombre de “Campeonato Panamericano y de Oceanía de Judo LIMA 2022”, vistiendo un judogi blanco o azul para diferenciarse del rival. Al centro pegado a la pared estaban las tribunas, la D que fue ocupándose con el paso del tiempo de judokas y entrenadores y la V e I de periodistas y técnicos que anotaban los resultados; frente a ellos había un pasillo, una barricada, el tatami y finalmente las mesas de jurados. Al lado izquierdo, totalmente en blanco, un escenario con las banderas de todos los países participantes a los lados, un podio al centro y fondo de auspiciadores: LIMA 2022, letra por letra en 3D de cartón y diseño peruano artesanal se encontraba frente a este. Está demás decir que se marcó territorio.
Daryl Yamamoto fue el primer peruano en salir para disputarse la medalla de bronce contra Ian Ryder, canadiense en la categoría Senior -100 kg. Nuestro campeón panamericano de plata hizo IPPON al minuto 2:43 de la totalidad de 4, pero la tribuna se robaba las miradas. Cuando el compatriota de 25 años fue anunciado, este salió erguido en su judogi blanco y frunciendo el ceño en señal de concentración, la tribuna D, una vista a colores por las diversas camisas correspondientes a sus respectivos países de los judokas, aplaudía en respeto y vitoreaba durante el enfrentamiento. Por su parte, entrenadores y representantes del IPD sentados junto a periodistas y uno que otro técnico que tomaba fotos, alzaba la voz proponiendo posiciones, dando ánimos, celebrando un buen ataque y quejándose de los malos sin temor a dejar sin oído a los que los rodeaban en la 4 y 6 grada de la tribuna I.
—¡Bien Chino, bien! —gritaba vistiendo terno negro, camisa blanca y corbata roja el entrenador de judo de la VIDENA. Los otros entrenadores peruanos a buzo rojo y blanco vitoreaban con él al unísono. Yamamoto ganó usando el Sutemi-Waza y posteriormente dejando caer a Ryder estrepitosamente para inmovilizarlo en el suelo.
Ese mismo día perdimos con las mujeres una de bronce y a las 7:20 de la noche, Yuliana Bolívar, categoría Senior +78 kg, también en judogi blanco nos conseguiría lesionándose el dedo medio y anular la de plata pese a haber perdido la de oro contra la judoka brasileña, Beatriz Souza. En su totalidad, el Perú consiguió ganar 8 medallas (1 de oro, 4 de plata y 3 de bronce) a lo largo del campeonato.
La complicidad entre judokas y entre entrenadores y deportistas calentaron la fría noche que amenazaba con incomodar al espectador. Gritos, abucheos, risas, cámaras, aplausos, anotaciones en libretas, el sentimiento de esta combinación te recordaba lo lamentable que es el escaso apoyo a otros deportes distintos al fútbol en el Perú. Transmitido en vivo y felicitado en uno que otro titular al día siguiente, no le hace justicia a lo vivido, no brinda conocimientos o testimonios atrapantes como que los de República Dominicana son los más bulleros, los de Ecuador los más sociables, que los de Nueva Zelanda a pesar de ser los más callados cada que habrían sus bocas resonaba gruesamente por el lugar, y peor aún, que lo mejor de todo fue ver cómo entre todos comentaban las que hubieran sido las mejores técnicas en tal caso o en tal momento. Se sabían quién era la más joven promesa, sus logros, su técnica ganadora, sus nombres. No había forma de que salieras de ahí sin recordar lo básico.
El tatami, la zona de lucha, donde te ves incapaz de no orbitar a su alrededor, había calado en los corazones.
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